Hoy, víspera de Noche Vieja, quería dar un paseo por el casco viejo bilbaino para respirar un poco el espíritu navideño.
El problema es que siempre que digo la palabra espíritu me imagino a un ente con alas, y todo lo que tiene alas, pues eso....que se puede ir volando.
Las tiendas y las cafeterías me han parecido medio desangeladas, otra vez alas por medio, en este caso ausencia de ellas; sin duda una gentileza de la política actual.
Un poquito frio por el medio ambiente y sobre todo frio por la ausencia de presencias me dirigía de nuevo a la estación de Abando. Dicho sea de paso estos días me encuentro con mi familia en tierras bilbainas.
Estaba llegando con autentica necesidad de miccionar. Me faltaban los últimos veinte metros para abrir la puerta del servicio, y seguro que mis andares recordaban a Chiquito de la calzada, cuando un guarda diligente, salido de la nada, me intercepta y me hace una pregunta tremendamente inteligente; ¿Dónde va usted?
¡Cojones!- He estado a punto de responder- Si solo hay dos puertas y las dos son servicios...- pero antes de responder la versión visceral, él me ha dicho -Los servicios se cierran a las ocho de la noche. Yo no sabìa ni que hora era, y por eso he mirado impulsivamente a mi reloj. -Pero si todavía faltan dos minutos – he protestado. A lo que el diligente guarda me ha contestado con una evidencia
- Pues ya está cerrado, pero tiene servicios al lado de los andenes, arriba – cosa, que dicho de paso, yo ya sabía.
Pero lo que no me ha dicho, y lo he detectado yo, es que él era quien lo había cerrado y estaba esperando a que saliera una mujer del servicio femenino, pues el marido de la señora y un bebé estaban esperandola. Con lo cual, no me ha abierto la puerta porque no le ha dado la real gana.
A mi mente inmediatamente ha venido la célebre frase de Jose María García – En España a cualquiera le das una gorra y un pito, y.... capitán general.
Mientras pensaba en estas sabias palabras, y sintiendome una mezcla, como dicho anteriormente, de Chiquito, por la necesidad,y de Michael Douglas en “Un día de furia”, donde practicamente se vuelve loco como consecuencia de que en una franquicia famosa le niegan el desayuno por haber pasado un minuto de las once y media de la mañana, pongo rumbo al servicio mencionado, sintiendo los latidos de mi corazón como única banda sonora.
Ya al llegar, y mientras cumplo con mi objetivo, dos lágrimas surcan mis mejillas, y no por placer sino en señal de la urgencia.
Como tenía tiempo más que suficiente para coger el tren, he pensado en tener unas palabras con el diligente guarda, pero en todo momento con Nuri, mi sufrida, en mi mente, aconsejandome no meterme en ningún problema, por lo que he pensado ser tremedamente irónico y que él no me pueda decir nada.
Mientras me acercaba, me ha reconocido, y me sonreía con autosuficiencia, pues yo ya debía de saber que él era quien mandaba.
Al acercarme con tranquilidad y con una voz, higienicamente perfecta, sin denotar ningún tipo de sentimiento le he dicho:
- Perdoneme por no haberme dado cuenta, en un primer momento, de lo tremendamente profesional que es usted. Hay que cumplir las normas sea como sea, aunque sea dos minutos antes, pues más vale prevenir... Además seguro que le ha costado, pues me ha tenido que ver con las urgencias que venía, pero... las normas son las normas, y no hay que dejarse llevar ni por los sentimientos, ni por la edad de los que vienen con algún problema – pues yo era como mínimo más de veinte años mayor que él.
- De todas maneras – he proseguido en el mismo tono aséptico – esa profesionalidad a usted le tiene que venir de familia, la ha tenido que mamar desde niño e incrustada en sus genes. Su familia ha hecho un buen trabajo, sin duda.
En toda mi perorata, él ni se ha inmutado, pero he notado que su porra de color beig, a la que agarraba como a una presa, se empezaba a poner morada, lo mismo que las venas que surcaban su cuello. Lo cual me ha hecho pensar que ya era hora de mi retirada, y deseandole un buen trabajo y de que siguiera así tan profesional, me he desvanecido en el infinito.
Mientras me iba, he pensado que el guarda ahora seguro que era un guarda jurado, por la cantidad de juramentos que yo había hecho, y que sin duda él iba a hacer.
En ese mismo instante me pareció que la sombra de un aleteo surcaba los cielos de la estación. Sin duda el espirtu navideño que todo lo empapa estos días.