El destino, cuando quiere, es muy puñetero, y si terminábamos
la semana con sabor a cine por la
entrega de los Oscars, esta semana, aunque en nuestra piel de toro (espero no
cabrear a los anti-taurinos por este trillado símil), hemos tenido, y mucho,
sabor teatral, aunque esta historia se desarrollara en los juzgados de Palma de
Mallorca.
Por un lado, el final de las declaraciones de Iñaki Urdangarin
que ha sonado, y mucho, a actor enfrentándose a su primer casting, más atento a
acordarse bien de su texto, que a sentirlo; “mecánico”, y dando la sensación,
al menos al entender de este vecino, de diferencias de estatus, al hablar de La
Señora, cuando se refería a su mujer.
Por otro lado, en la puesta en escena de la declaración
de Doña Cristina de Borbón, quizás se han cargado demasiado las tintas en recalcar
al personaje, de un negro casi total, parecía recién salida de pagar las
consecuencias en una refriega en Puerto Hurraco, que ser la abnegada madre de
una prole a la que atendía las veinticuatro horas, y por eso no sabía,
desconocía, los presuntos problemas de Aizoon.
Solo declaró preguntada por su abogado, evitando riesgos,
lo que en el circo sería actuar en el trapecio con red, o lo que en la
literatura erótica sería hacer el amor pero solo con la puntita, un amago de
historia que molesta más que llena.
La Infanta se sentaba, no hay que olvidarlo, en el
banquillo de los acusados como cooperadora necesaria en dos presuntos delitos
fiscales de su esposo, Iñaki Urdangarin.
Urdangarin ya había señalado previamente, que su
esposa conocía "vagamente" los servicios de consultoría que él
prestaba a través de la empresa de la que ambos eran copropietarios. Y durante la comparecencia de Doña Cristina , muy en su papel, quizás incluso demasiado, de abnegada esposa declaró "Confío
plenamente en mi marido y estoy convencida de su inocencia".
Declaraciones de Doña Cristina, para explicar su desinterés por la empresa de ambos ( "No hablábamos de los temas de Aizoon. No eran temas
de los que me interesase hablar con él. En esos años mis hijos era muy pequeños
y estábamos muy ocupados"), son del todo inexplicables dentro de la cultura, la vasca, en la que este vecino del mundo, por nacimiento, siempre se ha movido.
Si este vecino hubiera actuado
a la manera en que se ha presentado el proceder, en cuanto a los negocios, de
Iñaki Urdangarin, no es que mi esposa no
lo hubiera tolerado, sino que este vecino del mundo debería haber construido varias barricadas, para no
sufrir una grave confrontación en la que sin duda siempre hubiera sido él el
perjudicado.
Esperemos que al final del juicio, a Doña Cristina no le
pase lo que le ocurrió a Leonardo Di Caprio, precisamente ese mismo día con el que comenzábamos el post de hoy, que tras veintitrés años
persiguiendo la citada estatuilla, y tras ya conseguirla este mismo fin de
semana, a las primeras de cambio, en un restaurante donde fueron a celebrarlo, se
la dejaba olvidada, y uno de los camareros se la llevó corriendo al
coche, en el que el astro rubio y engominado ya se había aposentado para seguir
rompiendo la noche, se supone, en algún otro lugar.
Doña Cristina no se olvidará el Oscar, al que no opta esta vez, aunque no le faltan maneras, pero quizás sí de ese papel de cero a la izquierda y esposa solo centrada en su
familia, y que quizás solo le haya servido para salvar un trance por el que
estaba pasando, y que flaco favor ha hecho, para olvidar esos modos netamente
machistas de los que siempre se intenta renegar, pero que en cuanto tenemos un
problema, siempre lo cogemos como muleta para llevar la atención a otro lado.
De todas maneras, a este vecino del mundo le seguirá
rechinando, y mucho, el trato que dispensaba Iñaki Urdangarin a su esposa, cuando se refería a ella como La
Señora, y que previamente, ante su abogado, se había confirmado como Licenciada en Ciencias Políticas, y esa misma señora, ahora en simples minúsculas, que no sabía nada, y solo contestaba a su abogado.
*FOTO: DE LA RED