Y es que ya no se respeta nada.
Esta aseveración viene al cuento de que este vecino del
mundo se acaba de enterar por un periódico digital, de que la serie de novela
negra sueca conocida como Millenium, del ya fallecido Stieg
Larsson, muerto antes de que se publicaran sus tres novelas, va a
continuar por de pronto con un cuarto libro, esta vez bajo la batuta del
periodista y narrador sueco David Lagercrantz, y con la aquiescencia, es de
suponer, de la editorial y de los herederos del autor.
En su momento se dijo que la novia de Larsson tenía en su
poder lo que éste había escrito, antes de que sufriera el fatal infarto, de la
cuarta entrega y no se aclara si se continuará sobre esas bases, o no, ya que
la familia de Larsson, heredera de los derechos, no se llevaba bien con éste, y
la novia siguió con la trayectoria elegida en vida por el ahora fallecido.
Sea lo que fuere a este vecino del mundo le parece
rozando la necrofilia el tocar algo, especialmente sobre creación artística, de
una persona ya fallecida. Porque, en realidad, transcurran a partir de ahora
las nuevas aventuras por donde transcurran, éstas afectaran también al carácter
del personaje.
¿Qué ocurriría por ejemplo si a partir de ahora Lisbeth
Salander, protagonista de la saga eligiera abiertamente en sus devaneos
sexuales decantarse solamente por las mujeres y olvidarse de Mikael Blomkvist,
coprotagonista de la saga?
Los muertos y su memoria merecen un respeto, y no todo
vale aunque las perspectivas económicas puedan ser buenísimas.
Como el cerebro es más rápido que el raciocinio, al
enterarse este vecino de la nueva novela, que se publicará en el 2.015, su
mente le ha traído a un primerísimo primer plano a Ignatius J. Reilly,
personaje principal de la obra del escritor norteamericano John Kennedy Toole, La
conjura de los necios, de publicación póstuma en 1980, y ganadora del
premio Pulitzer tan sólo un año después.
Cualquier día de éstos, y como “el dinero es el dinero”, nos
encontramos con una secuela o lo que ahora está de moda, y que se conoce como “precuela” es decir lo
que llevó al excéntrico de Reilly a ser como era, y eso sí que haría variar el
sentido de la novela ya escrita, un auténtico despropósito, porque el
propósito, más que claro, está nítido: el dinero.