Quizás hoy también, en el día de Navidad, habiendo
sobrevivido a la Nochebuena, me van a tachar de no ser políticamente correcto,
o incluso de ser algo así como un asesino moral, si eso existe, pero qué
queréis que os diga, la Navidad es simplemente un estado de ánimo, en el que por mimetismo todos nos “decoramos” igual. Días de valores humanos, de ver a
todos, de vernos a nosotros mismos, más buenos.
¡Señores! Que somos los mismos que nos negamos a ver el
resto del año, los problemas que hay un poco más abajo, en África, con el ébola
y otro tipo de enfermedades que llevan más años radicadas en esas tierras, y
muy poca gente pestañea.
¡Señores! Que somos los mismos que mientras en Navidad
ayudamos a la vecina anciana a llevar la compra, el resto del año despotricamos
de ella por ser una cotilla, por mirar siempre desde la mirilla de su puerta.
Cuando lo que ocurre, en realidad, es que está más sola que la una, y tiene que
torear al tiempo como verdaderamente puede. Y por eso se pasa hablando con la
cajera de la tienda más tiempo del deseable, porque en realidad para ella no es
una tienda sino un club social.
Este vecino del mundo, y si todavía muchos no se han
enterado, está de acuerdo con esos valores navideños, pero que no tengan fecha
de caducidad como un paquete de tabaco.
Muchas veces nos basamos en que no queremos comportarnos
así, ayudando al prójimo, teniendo una sonrisa para todos, incluso para ese
desconocido que se acerca, por aquello de que “al bueno le pueden confundir con
tonto”.
Y, quizás, los verdaderos actos valientes hay que
hacerlos en la intimidad, y frente al espejo, hablando seriamente con uno
mismo, y mirándose a los ojos decirse no que uno va a ser más bueno, porque
eso se es o no se es, pero sí más sincero y calmado con el de enfrente, y
pensar que no solo tienes tú problemas.
Algún día, quizás, conviene empezar plantearse que las
verdaderas llamadas no son las del día de Nochebuena por la tarde, deseando paz
y amor a todo el mundo, sino las que recibes un día cualquiera, sin ser nada
especial, interesándose por ti, y en la otra dirección, naturalmente, de ti
hacia la gente que te importa. Más de uno descubrirá que está más olvidado que
lo que pensaba, y que no hay nada más triste que morirse en vida, porque en ese
caso no te mueres físicamente, sino que te has muerto para la atención y el
sentimiento de los demás.
A mí personalmente esta cena de Nochebuena me ha servido
para colocarme en el mapa vital, como si de la pantalla de un “smartphone”
fuera, viendo moverme hacia dónde voy, y si merece la pena seguir hacia delante
o conviene recular, por aquello de que una retirada a tiempo puede ser una
victoria. Aunque en este caso no se trate de victorias y derrotas, sino de
vivir la única vida que tenemos de la mejor manera posible y acorde con tus
sentimientos, que en el fondo son los que verdaderamente deben de hablar.
*FOTO: DE LA RED