Un lunes así, es decir,
oscuro, lluvioso y frío, es un día para dialogar contigo mismo, para
reflexionar sobre lo hecho y lo deshecho. Lo que en el argot televisivo
vestiríamos como “carta de ajuste”, una especie de culto a la emisión de la señal propia.
Un día así es para mirar por
el todo, porque el día a día es más bien difuso-confuso. Una jornada, quizás,
para copiar a nuestro propio gobierno (quién hubiera dicho que iba a decir ésto)
que ve brotes verdes en el mismísimo desierto, que pinta sus previsiones como
lo más cercano al Edén.
En momentos manifiestamente
superables es mejor darse palmaditas en la espalda, que un par de tortas por
estar donde estamos. Es mejor ser “tu fiel amigo” en lugar de ser tu parte negativa.
Dar ánimos en lugar de revolcones, sino son sexuales. Enfocar al mañana en lugar
de al ayer.
Ya que nos trajeron a este
baile que es la vida, es mejor seguir bailando, aunque sea a nuestro propio
son, sin pisar a nadie, eso sí, que fingirse sordo y cargarse la verbena. Es mejor
mirar hacia adelante con esperanza, que atrás con lágrimas en los ojos.
Una jornada como la presente
es para mirar a los demás con complicidad y no con envidia, con interés en
lugar de con desdén. Es mejor alimentar y engordar sueños, que pirañas de
envidia en frágiles peceras hechas de resentimiento y resquemor.
Un día así es para vaciar tu
vida interior de malos recuerdos, abrir la mente para liberarla de olores
marchitos de ecos de grandeza, y renovar el catálogo de aspiraciones. Para
pintar de rojos pasión la oscuridad de un día que juega a ser noche cerrada.
Guardar una orquídea en el pliegue de tu vida mientras nos decimos “te quiero”.
Un lunes así es para gritar
al paso de un tren la grandeza de un amor imposible antes que sentir unos
jadeos comprados y una mirada tan fría como la nada. Para pasear por el puente de la vida resistiendo la lluvia de la incomprensión y el viento del qué dirán.
*FOTO: DE LA RED