Ayer estuvimos mi hijo mayor y yo bordeando Torrevieja en una embarcación. De Bryan no os he hablado todavía. En realidad Bryan no es su nombre, pero cuando era muy pequeño nos preguntabamos su madre y yo: bryan ustedes a saber qué será de mayor, y... Bryan se quedó. Además, un bilbaino se llama como quiere, sin dar más explicaciones.
Pues eso, y volviendo al tema, Bryan y yo, junto a otros cincuenta turistas más, pasamos un buen rato a bordo del catamarán Delfín verde.
Poco a poco, y mientras buscaba los mejores encuadres con mi videocámara, estabamos saliendo del puerto. Como banda sonora, y no podía ser de otra manera, "Torrevieja", la conocida habanera.
El sol comenzaba a pegar de lo lindo, y decidí quitarme la camiseta. Llevaba una T-shirt de diseño propio "I love me". Ni es una idea mía, ni tiene su punto de gracia. Es una terapia impuesta por mi psicologo argentino, David, se pronuncia su nombre con acento inglés ("Deivid"), más que nada como síntoma de lo que me viene a costar. No es lo mismo pagar a David que a "Deivid".
Mientras Bryan miraba a las extranjeras que nos acompañaban, en un claro homenaje a
Alfredo Landa, yo comenzaba a sentir como nuestros cuerpos empequeñecían.
En ningún momento nos alejamos de la costa, yo calculo que unos cien metros como mucho, pero se sentía el poder de la naturaleza en toda su grandeza. Aunque la mar estaba en calma, aquello se movía cosa buena. En cualquier momento el océano podía hacer lo que quisiera con nosotros.
Por delante nuestro habían pasado dos motos acuáticas de la Cruz Roja, me alegré muchísimo pues ya la producciòn videográfica pasaba de ser "a la española" para ser
"a la americana", el guión el mismo pero con más medios. De todos modos, pensé, si tenemos algún problema ni con cincuenta motos como esas, arreglamos el tema.
Habíamos llegado a la altura de la Playa de los locos, cuando comenzamos a dar la vuelta. Quien más quien menos en lo más profundo se alegraba de ir acercandonos al puerto otra vez.
A la altura del faro, saludabamos a los que estaban pescando entre las piedras. Ellos solo veían a un grupo de guiris; nosotros en cambio nos sentiamos como Ulises volviendo a su hogar.
Bryan se resistía a abandonar al grupo de jovenes guiris, que dicho sea de paso, no le hacían ni puñetero caso, pero ya todo había terminado.
Por sólo unos pocos euros había comprobado lo bien que me siento con los pies en la tierra, y prefiero dejar esa puerta de aventuras para los libros y las pelis. "Deivid" me hubiera cobrado mucho más y seguro que tendría que llevar otra camiseta, o mejor otra T-shirt que es más caro.
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