Vaya por delante que a este vecino del mundo le gusta el
cine de Álex de la Iglesia, por lo que tiene de diferente y “rompedor”, aunque
esto último muchas veces sea literal, sin embargo sigue pensando, y el director
vizcaíno se empeña en darle una y otra vez la razón, de que en su filmografia hay pocas cintas redondas.
Acabo de ver “Las brujas de Zugarramurdi”, y digamos que
con muchos años de diferencia, me ha pasado lo mismo que cuando vi “El día de
la bestia”. Desde el primer fotograma se
va formando una especie de bola de nieve, que va creciendo con cada escena, y
al final en lugar de eclosionar en mil y un recursos cinematográficos formando
una copiosa nevada armónica, se diluye como un mal vino de cava, ya
que no conviene olvidar de que estamos hablando de cine español, y no hay nada más español que el cava.
La película funciona como partes, y no como un todo. Si estamos hablando de cine como negocio, no
se debe reclamar al salir de la sala, ya que el Señor De la Iglesia en eso
siempre es espléndido, y se recibe más de lo que en teoría pudiéramos pensar. Sin embargo, ya no sería necesario explicar,
a estas alturas de la película, y nunca mejor dicho, tanto a Alex de la Iglesia
como a su coguionista, Jorge Guerricaechevarría, que algo que distingue a un
buen guion es la labor de limpieza y deshecho
de aquellos momentos que quizá funcionen en solitario, pero que como
acumulación pueden llegar a cansar.
Aunque no tiene nada que ver la historia, ha habido
momentos en que la película me ha podido
recordar “El baile de los vampiros” de
un todavía joven Polanski, aunque mientras aquella cinta rezumaba frescura y
momentos memorables de buen cine, éste se queda en el intento.
La primera parte de la película, hasta la llegada precisamente a Zugarramurdi, funciona
como un chute de adrenalina en vena, sin embargo, luego, hay momentos sueltos
disfrazados de anuncio turístico para
visitar tierras vasco-navarras, especialmente
en carnavales, arropado por un Baga, Biga, Higa que para los que lo desconocían
se les presentará como una especie de
Carmina Burana pero con RH+.
Por la costumbre
de utilizar en muchas ocasiones mismos actores, lo cual no es ni bueno ni malo,
en este caso mismas actrices, en algún momento se pudiera pensar que “La
Comunidad” que estaba ubicada en un edificio madrileño se ha ido a vivir a
Navarra, con unos improbables Segura y Areces travestidos en amonas,
donde lo triste no es que la gente se ría con lo que dicen sino cómo lo dicen.
Una de las lecturas positivas de la película es la de que
en el cine español hay buenos actores jóvenes, ya que de los de más edad se
sabía, que no necesariamente juegan a ser galanes, sino que no les importa
mancharse incluso con escenas que pueden lindar con el mal gusto.
Quizás para aquellos hombres que vayan a ver esta
película, puede que posteriormente ya no miren de la misma manera a la mujer
con la que conviven, aunque no hay problema porque es seguro que a ellas les
ocurra lo mismo con el “varón” que les tocó en suerte, o en mala suerte.
*FOTO: DE LA RED