Tengo una vecina de hace muchos años, a la que llamamos
Villalobos, o entre los que llevamos más años en el vecindario simplemente nos
referimos a ella como La Celia. Creemos que ella, naturalmente, no lo sabe, y
eso suele ser lo bueno de estos jueguecitos, aunque a algunos los puede cargar
el diablo, pero el nombre le va como anillo al dedo.
Las reuniones de vecinos sin ella no serían nada. Y es
que a nuestra Celia Villalobos, como a la original, le gustan los charcos una
“jartá”. Es capaz de convertir uno de ellos, y sin esfuerzo, en piscina
olímpica y homologada.
Nuestra Celia también tiene un mucho de clase social, y
es que cuando te mira y te habla, nadie sabe cómo lo hace, pero parece
que es desde arriba y, siempre, siempre, perdonándote algo; y con ese aire de cabeza mecedora, moviéndola de
arriba abajo, con la que te está dando a entender que el tiempo le dará la razón,
porque incluso fue ella la creó el tiempo, o que cuando llegó el tiempo, el de
medir, el que viene y pasa, ella ya estaba.
De este año se puede decir, que antes de las primeras
nieves, vinieron las primeras rastas, al menos al Congreso, y con ello ha
quedado más que claro que en España siempre hemos sido un país de apariencias.
Celia
Villalobos, la verdadera, la del Candy Crush, y su mariachi, preocupados por
los posibles piojos que pudieran venir como inquilinos del de las rastas, y,
sin embargo, tranquilos ante ese diputado, para más señas de su partido, trajeado, limpio y oliendo a colonia
de la cara, que se paseaba retador mientras su honorabilidad está más en
entredicho que la humildad en Cristiano Ronaldo.
Y a este vecino del mundo, sin embargo, y con los
primeros fríos de un invierno, tardío por otra parte, pero cruel y sin piedad,
le ha dado por pensar en lo banal que puede resultar todo eso, ante aquel que
la llegada del frío le supone un problema monumental con unas cuentas que se
transforman en auténticos sudokus por lo
difícil que se hace el pagarlas. Tan sencillo, y tan cruel por otra parte, como elegir entre comer y
simplemente vivir, o pagar una cuenta que jurarías que no es la tuya sino la
del vecino.
La llegada de la crisis nos ha demostrado que el Edén
estaba entre nosotros, y no supimos reconocerlo. Y ahora esa llave, la del
Edén, se la han quedado unos cuantos, y ese lugar que parecía común es más privado que nunca.
Esa foto que ha “rodado” tanto esta semana, en la que se ve a un
Mariano Rajoy aluci-anonadado (ya que su expresión merece la invención de una
palabra para denominarlo), mirando a Alberto Rodríguez, diputado de Podemos, es
la viva imagen de cómo han cogido los nuevos tiempos en política a los que
estaban encerrados en su círculo de poder, y esta vez al menos no les ha
funcionado, y eso que lo hacen muy bien, lo de meter miedo.
Por cierto, y ya
para terminar, es curioso que los que son de derechas siempre se denominan del
centro, y en cambio, a los que son de izquierdas, ellos mismos, les ubican en la
extrema-extrema izquierda. Deben de tener algún problema con el espacio. Eso quizás, el problema del espacio, puede ser la explicación, del por qué alguno de ellos, para guardar lo supuestamente suyo, se va a Suiza.
*FOTO: DE LA RED