Se supone que cuando se diseña un anuncio, para
televisión especialmente, ha habido un estudio previo. Y entre otras cosas se
ha tenido en cuenta la manera de presentar el producto. Por eso nunca he entendido
el objetivo que está detrás del anuncio de las galletas Chiquilín.
Ese niño que vuelve a casa tras, se supone, hacer los
recados, y que con gestos más que ostensibles a su hermano pequeño, de que sabe
lidiar con la situación, a la pregunta de su madre de si ha traído “los
cereales, los huevos, y la miel”, le presenta en su lugar las galletas, se mire
como se mire es de juzgado de guardia. ¡Ojo! Digo el comportamiento del niño, no del anuncio.
Llevaba ya mucho tiempo desaparecido ese “mensaje
comercial”, como algunos pedantes los denominan, y este vecino del mundo
pensaba, afortunadamente, según su opinión, que ya había sido desechado para su
uso. Sin embargo, con mucho pesar suyo, está otra vez en antena.
No sé si os habrá ocurrido a vosotros, con algún otro
"consejo comercial", y me podáis entender, pero es que, literalmente, no lo soporto.
El
escenario para presentar un producto no se puede decir que, en el mejor de los
casos, es más que dudoso. Ese hijo, resabido y autosuficiente, y esa madre que
se deja torear, y que al final de la historia, parece que encima se alegra de
la ocurrencia de “su niño”, cambiando los recados que se le ha mandado, para,
al fin y al cabo, traer lo que a él le sale de sus mismísimas ganas, se mire
como se mire, no es nada afortunado.
Si lo que se ha querido es que se sepa que ese producto
lleva esos tres elementos, el objetivo se ha cumplido con creces. Personalmente
no lo olvidaré nunca. Otra cosa es que a raíz del citado anuncio se compren más
galletas de esa marca.
Se supone que como ese anuncio lleva mucho tiempo, por
parte de la citada compañía se habrá estudiado el tema, y no les debe de ir nada
mal. Sin embargo, este vecino, y teniendo en cuenta que eran sus galletas
preferidas desde su niñez, no es que no compre las galletas, es que cuando él
mismo va al supermercado correspondiente, ni se acerca al lugar donde el citado
producto está.
De hecho, teniendo en cuenta que para preparar este “post”,
y buscando el anuncio por internet, en menos de cinco minutos este vecino se ha
encontrado fácilmente, porque han sido ellas las que han venido a él, dos
parodias del mismo anuncio (y que inciden en el mismo punto de vista, cada una
de ellas, además, más bestia que la anterior), es evidente que a más de uno le
ha producido la misma reacción.
Seguro que si el anuncio hubiera sido al revés, y es la
madre la que supuestamente “se pasa” con su comportamiento hacia su hijo, rápidamente
hubiera habido alguna asociación de algo, en algún lugar de esta España
nuestra, que hubiera puesto el grito en el cielo.
A quién no nos ha ocurrido alguna vez, el estar en un
bar, por ejemplo, y tener a un matrimonio cercano, con hijos, de unos cinco o
seis años, y al cabo de pocos minutos el ambiente es insoportable, porque el comportamiento
de los niños deja mucho que desear. Ya se han convertido en pequeños tiranos,
que chillan y no dejan títere con cabeza, bajo la absoluta ausencia de actuación de sus padres para que cesen en su comportamiento. Da la sensación de
que como ellos tienen un problema, lo quieren compartir con todos, para que a
ellos les “toque” menos.
Ya para terminar, en ese anuncio, y seamos sinceros, se echa de menos la escena en el que la madre (digo madre, porque es la que aparece en la historia), le da una bofetada, he dicho una (a la que, curiosamente, también se le denomina como “galleta”), a su hijo, para que no se vuelva a repetir ese comportamiento. Pero, eso, claro, no es políticamente correcto. Y eso, señores, no es maltrato, es educación. Pero, claro, quién le pone el cascabel al gato. ¡Y así nos va!
Ya para terminar, en ese anuncio, y seamos sinceros, se echa de menos la escena en el que la madre (digo madre, porque es la que aparece en la historia), le da una bofetada, he dicho una (a la que, curiosamente, también se le denomina como “galleta”), a su hijo, para que no se vuelva a repetir ese comportamiento. Pero, eso, claro, no es políticamente correcto. Y eso, señores, no es maltrato, es educación. Pero, claro, quién le pone el cascabel al gato. ¡Y así nos va!
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