¿Quién de nosotros no se ha dejado llevar alguna vez por
una locura? Y más si es fácil de realizar y barata.
Llevo unos días con una idea que me ronda la cabeza.
Nunca he deseado ser mujer, es decir, no por nada en especial, sino que nunca me he planteado cambiar de sexo
porque me encuentro bien como estoy, y como dijo aquel ministro, ”los
experimentos mejor con gaseosa”. Pero sí estoy deseando hacer lo que hizo el
personaje de Audrey Hepburn en “Desayuno con diamantes” (Breakfast at Tiffany's).
Cualquier día de estos me voy a desayunar (como en Donosti no está
ubicada la joyería Tiffany's, aunque no creo que sea porque aquí no hay tiendas
caras, sino carísimas) ante el escaparate del Banco de
Santander, en la Avenida de la Libertad, uno de los sitios, pocos, donde ahora
se puede esconder la utopía, y me pongo a soñar ante mi reflejo en el cristal,
mientras me como unos cuantos churros, de esos congelados del "super", y chocolate
que previamente habré llevado en un termo.
De todas maneras, es curioso, mi utopía se encuentra en la
Avenida de la “Libertad”, otra utopía o más bien leyenda urbana.
¡Y es que estamos en las mismas! Al igual que en el cine
americano se gastan un “porrón” de millones para rodar una película, aquí nos
tenemos que conformar, incluso con los sueños, a vivirlos como podemos y con
presupuesto reducido.
El más quisquilloso de mis lectores ya estará
despotricando mientras dice que en esa escena inventada y descafeinada, lo que más
se va a echar en falta es Moon River, la célebre canción de Henry Mancini, y
quizás eso sea lo más fácil de conseguir: la canción previamente grabada en mi
teléfono móvil y unos pequeños cascos en las orejas.
Nunca he sido materialista, pero al final te das cuenta
que hasta los sueños más íntimos necesitan un apoyo, aunque sea muy ligero, de
eso que despectivamente llamamos “pasta, guita, parné”, todo lo que sea por no decir “dinero”,
porque parece que el dinero mancha, incluso la boca.
Ya no buscamos el edén en los paraísos perdidos, sino en
los paraísos fiscales.
Siempre se ha dicho eso de que “todos tenemos un precio”,
pero con los días que nos ha tocado vivir, ahora quien más quien menos tiene su
precio rebajado, y se conforma, pues eso, con los churros congelados, como
nuestros sueños, que la realidad hace mucho tiempo que se encargó de enfriar. Y los dejó, no como en la película en el "Río de la Luna", sino directamente en la luna de un banco. ¡Triste!
*FOTO: DE LA RED