Recuerdo
que mi madre siempre ha dicho que
el “trabajo” de un niño es jugar.
Por esa regla de tres, y ya es cosecha de este vecino del mundo, un
joven normalmente tiende a ser, y para que nos entendamos, de
izquierdas, queriendo dar la vuelta al mundo, literalmente y en el
planteamiento de la sociedad actual, como si fuera un colador de esos
antiguos para el café. Sin embargo, a medida que uno va adquiriendo
algo de propiedad va tendiendo más a la derecha, a señorito/a de su
cortijo.
Por
otra parte, con respecto al corazón, se pasa de aquel amor
platónico, y del
contigo pan y cebolla,
al
hoy
nos queremos tu y yo, pero mañana Dios, o el que sea, dirá.
A medida que uno va
peinando canas, e incluso va dejando de peinarse porque no hay nada
que peinar, va ampliando su diálogo consigo mismo delante del espejo
cada mañana, y lo que hace años le parecía un anatema ahora ya no lo es tanto.
Cada persona tiene sus
alarmas, y estas van sonando cada vez que hace algo que no está bien
con su planteamiento vital. Sin embargo, poco a poco se van trucando
esos límites, con todo tipo de excusas, como si
el vecino lo hace por qué yo no,
o si
al final me voy a arrepentir por no haberlo hecho.
Todo esto viene a una
encrucijada vital por la que estoy atravesando...
En mi casa, en la de mi
madre, se ha tomado siempre cacao para desayunar, es decir, el Cola-Cao de
toda la vida, aquel que como decía la celebre canción del
negrito,
es un
desayuno y merienda ideal. Pues
desde hace un tiempo, en mi casa, en la de la Nuri, con los aires
nuevos de los miembros más jóvenes de la familia, han entrado
también ideas nuevas, y con ellas el caos en forma de desayuno con
Nesquik. Este vecino no tiene nada contra esa marca, pero se ha
perdido ese gusto a pegada del boxeador y sprint del ciclista de la
canción del Cola-Cao. Ésta es una bebida del pueblo, del albañil
que se cuida, y la otra ya es más del señorito después de un día
de pecado.
Además, no nos
engañemos, Nesquik tiene acento suizo, y personalmente Suiza me
recuerda a Urdangarin y compañía, y como que a este vecino se le
revuelve el estómago y se le dispara la tensión, aunque es curioso que esa familia también tenga todos los boletos para que sean clientes del Cola-Cao por aquello de que parece que, presuntamente al menos, les gusta chupar del bote. Será el
denominado “efecto
mariposa”,
ese que dice que
el aleteo de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del
mundo. En
la picaresca española sería algo así como si
meten muchas personas la mano en caja ajena para llevárselo crudo,
al final solo quedará la caja y el paisano de turno que pasaba por
allí, y al que se le culpará por haber vivido alegremente en
compañía de los suyos.
Por todo lo anterior, no
voy a dejar de tomar Cola-Cao por la simple y comprensible razón de
que
no me da la gana,
y por el mismo motivo que aunque no es políticamente correcto lanzar
un eructo, lo bien que te quedas después es indescriptible, y porque
sencillamente este vecino es así porque le sale, vamos, como el
eructo.
*FOTO: DE LA RED