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miércoles, 10 de febrero de 2016

LA INCONSCIENCIA Y EL MAR



Llevamos varios años en Donosti, que entre temporal y temporal no hacemos para chapa y pintura, en una especie de “Día de la marmota” pero sin efectos especiales digitales, y fomentando la albañilería. 


Estos dos días pasados nos ha quedado mejor el espectáculo improvisado de la mar cabreada, de cara a la “Capitalidad Cultural Europea", que el espectáculo del puente, en teoría pensado y repensado, que costó seiscientos mil del ala.


Este lunes cuando ya se anunciaba a bombo y platillo  el temporal que se avecinaba, y teniendo en cuenta que por la mañana había marea baja, un amigo, Koldo,  y yo nos adentramos en el Paseo Nuevo, y aunque, en teoría la mar, como ya he dicho anteriormente, se presuponía baja, parece que en el departamento de calderas, debían de andar  un poco despistadillos, y aquello se movía como si no hubiera un mañana. Y desde uno de los balcones que surcan el paseo, me aventuré tan solo por un momento, a sentir bajo mis pies la fuerza del mar. Y a este vecino del mundo que tiene  memoria cinematográfica, inmediatamente le vinieron dos escenas a su mente.


La primera, de una película que muy en contra de lo que la mayoría de la gente dice, a él le pareció un fiasco completo, una historia totalmente lineal, y eso teniendo en cuenta que el final ya lo sabes antes de entrar al cine. Este vecino del mundo se refiera a “Titanic”, y durante unos segundos mis brazos emularon a los del protagonista, Leonardo DiCaprio, detrás de la chica, con la diferencia de que no estaba el tema como para hacerle ojitos a Koldo, y a nuestros añitos intentar cambiar de acera.


La segunda, es una película de la que tengo un buenísimo recuerdo, y que además algunas de las escenas se rodaron en Fuenterrabía . Me refiero a “Papillón”, y por un momento me vi como un  Steve McQueen cualquiera, contando siete olas para luego saltar buscando la libertad.


Y es que el contemplar la simple potencia (todavía estaba ligeramente esbozada porque faltaban unas cuantas horas para que aquello reventara en su plenitud) de la Naturaleza nos hace perder los papeles. De lo contrario, no se puede entender el comportamiento aparentemente juguetón, pero que visto fríamente es temerario, rozando, o pasando, la negligencia, de más de uno estos días.


Delante nuestro, y cuando ya el Paseo Nuevo está prácticamente visitando a la Isla de Santa Clara, había una familia en pleno, el padre con un bebé de meses en brazos, y otros tres niños de muy corta edad, el mayor no tendría más de siete años, jugaban a mojarse y escaparse de las olas que ya apuntaban maneras, mientras la madre, en teoría un poco más consciente, les esperaba más resguardada a unos cuantos metros.


Al ver el proceder de la familia, le pregunté a mi amigo: ¿Qué es lo que ves?
Y con una sonrisa me dijo: Que se lo están pasando pipa.
Ahora –continué- por un momento imagínate que ese señor es un famoso, por ejemplo, Paquirrín, y tiene la mala suerte de que le sacan unas cuantas fotos. ¿Qué es lo que ves ahora?
Koldo me miró con la confianza y complicidad que dan los años y simplemente me dijo: Veo un problema.
Y yo le contesté: Es más o menos lo que le ocurrió a Paquirri, cuando muchos vieron la foto en la que daba unos pases a una vaquilla con su hija de meses en brazos. Con la diferencia de que este señor no sabe, y él sabía lo que hacía.
Mi amigo mientras sonreía me dijo: De algo nos tiene que servir el anonimato.



Poniendo ahora rumbo al puerto, para llegar a la Parte Vieja donde sin duda algún “pintxo” caería, llegué a la conclusión de que sin duda el anonimato es el mejor disfraz. 


*FOTO: DE LA RED