En este día de fiesta, y que más de uno no sabe ni qué es lo que se celebra (Día de Euskadi), hemos podido disfrutar de una primera hora de la
mañana preciosa, nublado y unos veinte grados, para pasear.
Bastante gente ha tenido la misma idea que este
vecino, ya que en Donosti, el pasear, por ahora al menos, es de lo poco que se
puede hacer gratis, y además quedas bien, como un deportista, y no como un
agarrado.
La playa de la Concha estaba con marea alta, pero
el agua muy tranquila, y más de uno se ha decidido por darse uno de los últimos baños
que el otoño te permite, sin que seas considerado como un héroe o como una rara
avis.
Momentos así son idóneos para hablar con uno mismo
y hacer recapitulaciones sobre “qué hay de lo tuyo”, y que en muchas ocasiones
te haces el despistado, especialmente de los propósitos que te hiciste, por
ejemplo, el “inefable” primer día del año, y de los que te has ido escaqueando
la mayoría del tiempo. Intentas fijarte en el cuerpo de alguna bañista
de buen ver, que todavía queda alguna a estas alturas del año, por
aquello de despistar a tu otro yo, el
que quiere hacer recapitulaciones varias, pero de nada sirve porque tu otro yo
se ha despertado y tardará en irse, hasta que le prometas que vas a retomar los
buenos propósitos.
Al final, lo que se vislumbraba. Has tenido que
claudicar y te enfrentarás a los antiguos proyectos, lo cual tampoco está mal, pero para
cuando te has dado cuenta ya estás a los pies de “El peine del viento” y la
vista sirve como anestesia total. No existe nada más, ninguna preocupación te
molesta, eres solo tú y la naturaleza en una de sus obras maestras. El
espectáculo que dan el Monte Urgull y la isla, la querida Isla de Santa Clara,
es inenarrable, y una vez más no te queda más remedio que reconocer a Eduardo Chillida
como un gran sabedor de dónde colocar
sus obras.
Este vecino ya ha relatado el estado de ánimo que
le envolvía por lo que no es sospechoso de estar, digamos, en un estado
erótico-festivo. Sin embargo para su propio asombro, y frente a la misma
escultura, en el horizonte se juntan tanto el Monte Urgull como la Isla de Santa Clara, y el resultado es
asombroso, porque para este vecino, no es que se adivine, sino que queda
patente la figura de un sujetador.
Como en el chiste sobre el Test de Roschach, más
conocido como “el test de la mancha”, no es que el paciente vea sexo en todas
partes, la culpa es del que ha dibujado eso, y en este caso la culpa es de la
naturaleza, que en este lugar se ha comportado picaronamente. Y a lo mejor,
incluso era el gran secreto de Chillida (cuya casa, por cierto, está bien cerca
de ese lugar), y por eso instaló su obra allí, una simple excusa para volver…y contemplar el horizonte, en el que siempre los secretos y las mentiras se pueden confundir.
*FOTO: F.E. PEREZ RUIZ-POVEDA