Esas noches que te despiertas antes de tu zona de
confort, y te da por llorar. Es más, sabes que no vas a dormir durante un largo
rato, y te levantas, como tú lo denominas, a media asta. Como la bandera del
hogar del jubilado de tu pueblo, que te fijabas cuando eras joven, y no habrá
cambiado, que se pasaba a media asta y con un lazo negro, gran parte del año. Porque poco a poco la iban abandonando, forzosamente, eso sí, sus
representados.
Hoy, como alguna que otra noche, habías dejado los platos
de la cena sin limpiar, y estimas que ahora es un buen momento para hacer algo
mientras sabes que aún no han terminado de pasar las ánimas de tu Santa Campaña,
ya que en algo se tenía que notar parte de tu ascendencia gallega. Y prefieres
forzarte a mirar hacia otro lado, para no ver los restos del desastre, de
cualquiera de ellos.
Sientes que ahora mismo sí tienes toda la casa para ti, y
te apetece escuchar a gran parte de los sonidos de tu silencio. Esos, que tienen
más que ver con lo que no has que con lo que has. Y sabes que el río del tiempo
ya no volverá.
Te has levantado pesimista y triste, quizás sea,
inconscientemente, por esta festividad de difuntos que todavía está en el ambiente; y sabes, no lo has podido
evitar, que es porque te has despertado antes de lo que debías. Tienes la seguridad
de que si vuelves sobre tus pasos, y miras en la cama, te descubrirás durmiendo.
Y, en el fondo, quizás sea bueno, que más de una vez,
tengas esa sensación de verte desde fuera, y observarte. Aunque sepas a ciencia
cierta que eres tu juez más duro, y quizás injusto.
Fuera, en la calle, está muy oscuro; dentro, donde tú estás, no lo tienes tan claro; y nunca mejor dicho.
*FOTO: DE LA RED