Este mes, por razón de escasez de fondos, me he
visto obligado a suspender la visita a mi psicólogo, por lo que no me queda más
remedio que haceros partícipe de unos
cuantos “odios”, para compartir esa
pesada carga que llevo a mis espaldas.
Es mejor leer los párrafos siguientes embutido en
una bata blanca, y con un bolígrafo en la mano, mientras se mueve éste entre
los dedos, sin parar, a modo de preocupación.
Odio, los anuncios con niños dentro, porque no
parecen niños sino viejos que todo lo saben y además da la impresión de que te
miran desde arriba, cuando no pueden hacerlo, más que nada por una cuestión de centímetros y años entre ellos y nosotros.
Odio, el afán que tiene todo el mundo por decir
eso de “yo me enteré primero”. Parece que cuando ha pasado algo, ha debido de ser
en un escenario, porque todo el mundo lo estaba viendo.
Odio, el interés que tienen muchas empresas por
hacernos creer que toda la gente que están despidiendo, es porque la “cosa” va
mal, cuando en realidad están aprovechando las circunstancias para “aligerar”
una plantilla que ellos, los jefes, consideran bastante mayor, con vicios
adquiridos, y sueldos bastante altos, más que nada por los años que llevan
trabajando allí.
Odio, el tener que hablar en los ascensores,
porque, de lo contrario, pareces borde, Y…¿si realmente lo eres, no tienes
derecho a serlo?
Odio, lo tiquismiquis que se ha vuelto la gente
con eso del tabaco. Está bien que no se pueda fumar en muchos sitios, pero
de eso, a que alguien no pueda fumar en
plena calle, hay un abismo. O que cada vez que se ve a alguien fumando en una
película, se piense que es para hacer publicidad. Ya no hay personajes en el
cine, que parezcan creíbles con un cigarro en la mano, como los que antaño
interpretaba un Edward G. Robinson, y no te den ganas de decirle que allí no se
puede fumar.
Odio, el uso de las redes sociales para insultar a
personas famosas, por el mero hecho de serlo.
Odio, que solo nos fijemos en los otros países europeos
para aplicar en el nuestro cosas malas, y cuando hay algo bueno, lo obviemos.
Odio, que cuando sacas a tu perro a pasear, o él
te saca a ti, porque ya nunca sabes, y cumples todas las normativas
municipales, siempre te encuentres a otro perro totalmente a su libre albedrío,
suponiendo que lo tenga, que empieza a alterar al tuyo. Y al fondo, muy al
fondo, va apareciendo el propietario del otro “chucho” con cara de
despistado, y de que la “cosa” no va con él.
*FOTO: DE LA RED