Si de algo este vecino no es
dudoso, es de su cariño, e incluso amor, por Donosti. Uno no es donostiarra de
nacimiento, eso no se puede elegir, pero sí de adopción, eso se busca, y
algunas veces el destino te lo otorga. Pero lo de hoy, un frío y lluvioso
domingo, no es de recibo.
No es de recibo que en un
Donosti, puro referente turístico, no haya un sitio donde cobijarse,
a la una menos cuarto del mediodía, mientras se espera, cuarenta y cinco minutos, al autobús en la
provisional estación de autobuses, que solo lleva abierta treinta y cinco años.
Los dos bares cercanos cerrados, y en el hotel de al lado, sólo sitio al lado de la
barra y de pie. Da la sensación de que se cuida el "todo", pero se han descuidado los detalles.
Por un momento hemos creído
que Dios se apiadaba de nosotros, y aunque sea, para calentarnos, podíamos comprar unos churros en
la churrería que se suele instalar temporalmente muy cerca de la estación. Se acerca La Nuri, mi
sufrida, con ansias, con nerviosismo, seguramente muy similar al sentir que
alguien puede tener al encontrarse un chiringuito en la mitad de un desierto, y
que se teme que de un momento a otro descubra que solo era un espejismo.
Dispuesta a pedir, si hiciera falta, cincuenta docenas de churros, en caso de
que solo prepararan para grandes grupos, y la mujer encargada le dice, que a
esa hora no es posible, que está limpiando.
Uno nunca ha tenido una
churrería, pero como en cualquier bar, o restaurante, este vecino del mundo
juraría que eso, la limpieza del local, y naturalmente de los utensilios, se
debería de hacer al final de la jornada laboral, con todo aún caliente, y más
fácil de quitar. Pero, Donosti, es diferente.
Gracias a Dios, y teniendo
en cuenta que en esta ciudad no te cobran, sino que te clavan, la dependienta
ha tenido un detalle con La Nuri, y no le ha pedido nada por tener a bien contestar a las
preguntas. Todo un detalle por parte de la churrera.
Pero nosotros nos hemos
quedado como las ovejas ante la vía del tren, viendo la vida pasar, sintiendo
frío y una total incomprensión.
Qué queréis que os diga,
este vecino del mundo, solo ha podido deducir que para qué van a tener los
negocios más tiempo abiertos, si con el tiempo que tienen a bien abrir, y con
lo que cobran, ya hacen realidad sus sueños.
Y que nadie me venga
recordando que ya por fin en muy poco tiempo estará inaugurada la eternamente,
y ésto es literal, esperada nueva estación de autobuses. Porque seguro, seguro,
que alguien se ha olvidado diseñar algo, visto lo del despiste con las dársenas
para minusválidos. Parece, al menos, y no es poco, que ya hay túnel de entrada
y de salida para los autobuses que eso no es poco.
¿Que parezco cabreado? No,
lo estoy y mucho. Cada vez estoy más convencido, y esto va a doler, que Donosti
hace muchos años se durmió en los laureles, y ahí sigue. De vez en cuando,
cuando los concejales tienen a bien ponerse de acuerdo, y no queda la cosa en
un eterno estudio, hacen algo nuevo, y lo publicitan hasta la extenuación. Pero
el currito que está tieso, a pasear por el “marco incomparable”. Y eso, hasta
que a algún genio se le ocurra hacerle alguna modificación en lo que la
naturaleza nos dejó, y tengamos que pagar por verlo y disfrutarlo. ¡Al tiempo!
Y mientras, ahora, en casa,
con los pies dentro de un barreño con agua caliente, intentando quitarme el
frío que un simple bar abierto, un café con leche y un pincho de tortilla, lo
hubieran evitado. Ya sé que uno es muy raro, y que es su culpa, y no de La Bella
Easo, que por cierto, es marca registrada … en Zaragoza. Esa es otra, y no
espabilaremos nunca.
*FOTO: DE LA RED