El idioma castellano es muy rico en expresiones para
resaltar el estado de ánimo, y este vecino se encuentra actualmente bajo la denominación
popular de “más cabreado que una mona”.
Me explico. Esta mañana sobre las nueve he llegado al
gimnasio. En el argot taurino diríamos que aquello estaba hasta la bandera y
que no
quedaba papel en la taquilla. Y es que entre jubilados y parados,
encontrar un aparato, bici estática o máquina para subir y bajar escaleras, era
más difícil que encontrar trabajo. Al cabo de unos minutos, este vecino ha conseguido una bici, y aunque
se podía dar pedales, en la pequeña pantalla no se podía leer ninguna función.
En las paredes del recinto hay cada cinco metros más o
menos unos carteles impresos que te recuerdan no superar los treinta minutos en
cada aparato. Instintivamente he mirado a la bici de la chica de mi
izquierda, su teclado marcaba 37 minutos, y al jubilado de mi derecha, su
teclado marcaba 53. En ese momento y con cara de despistado le he
comentado al señor de mi derecha: -Por
lo que veo, sólo se puede usar 30 minutos cada aparato- Y él con cara de
robot jubilado me ha contestado: -Ya,
pero luego todo el mundo hace lo que quiere.- En ese momento y apuntándole
a su teclado, con total aire de tranquilidad le he dicho –Ya veo, ya.-
Y continuando
con la conversación le he dicho: -Lo mismo pasa en los autobuses, que te dan en
el billete el número de autobús y el asiento correspondiente. Y si ya hay
alguien ocupando tu asiento, éste siempre te dice que él va todos los días y
que nadie respeta el sitio. Y yo siempre les pregunto por qué en cambio respetan
el número de autobús, porque cogiendo otro número diferente, a mí me hubieran dejado en paz.
Nada más terminar mi perorata, el señor, con cara de
acordarse de algo o de alguien, muy probablemente de mi familia, se ha bajado
de la bici, y tras secar el sudor en ella, y con aire de ofendido, ha asaltado
otro aparato que se encontraba bastante alejado de mí.
Media hora después y rumiando todavía mis penas, le he
comentado a un amigo lo sucedido, y pensando que se iba a adherir a mi sentir,
me ha sorprendido diciendo que es probable que los del gimnasio no puedan poner ese cartel, y que la culpa en realidad es del sistema, pues si antes
era un gimnasio para unas mil personas, ahora van unas tres mil.
Le he contestado, ya con aire ausente y con tono de predicar en el desierto, que quizás, en este país, tenemos lo
que nos merecemos en cuanto a chorizos que nos mandan, porque estoy comprobando
que todos, o la mayoría, llevamos dentro un pequeño dictador, generalmente dormido, pero que cuando se despierta pasa lo que pasa, y hacemos de las
leyes un sayo, nuestro sayo, naturalmente.
Lo dicho, más cabreado que una mona.
*FOTO: DE LA RED
Esto que dices de los usuarios jubilados en los gimnasios, me recuerda lo que ocurria hace unos años. Hubo un momento en que el "topo" ya sabes el tranvía o tren de Hendaia a Donostía, era gratis para los jubilados. En vista de ello, un grupo de señores mayores, de esos que "estorban" en casa y que salen desde la mañana, tuvieron la idea de ir todos los días a Donosti en el Topo y volver prácticamente en el mismo coche. Recuerdo que los estudiantes que pagaban, tenían que ir de pie................Debió de durar poco la gratuidad y es que............no se sabía hacer de ella un buen uso...............................Joxepaximur.
ResponderEliminarEso que cuentas tú lo conozco de primera mano. Lo mismo ocurría desde Elgóibar. Venían a Donosti jubilados en el tren gratis, llegaban hasta la Parte Vieja, veían los menús de los restaurantes, y vuelta para casa. Y yo tengo visto a jubilados llamando la atención a los jóvenes por no dejarles el asiento. Y otro jubilado echándoles en cara a sus compañeros por meterse con los jóvenes, que además pagaban. Como se suele decir, ni tanto ni tan calvo.
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