Una cosa es la teoría, y otra muy diferente, la práctica.
Siempre nos han enseñado que una semana son siete días,
pero fíjate, por ejemplo, en las semanas del “Corte Inglés”, duran más.
A lo mejor por eso son semanas fantásticas porque uno les
pone la cantidad de días que le da la gana…
En teoría, también,
irse de vacaciones está bien, pero ya antes de salir de casa,
topamos con el primer problema: hacer la maleta.
Siempre he admirado a esos que antes de hacer un viaje,
grande o pequeño, dicen eso de: -Yo apenas llevo nada, porque lo que necesito
me lo compro por el camino.- Aunque me imagino que siempre habrá que
tener en cuenta la zona donde vas a pasar las vacaciones, porque comprarse algo
en un desierto lo veo un poco complicado, porque entre otras acepciones, “un
desierto”, lo es, porque no hay nada.
Y es que, llegadas estas
fechas, a este vecino siempre le pasa lo mismo ante una maleta vacía, una
especie de miedo escénico, y veo la maleta pequeña, pequeña, por muy grande que
ésta en realidad sea, y los objetos que tengo que meter, muy grandes, sobre una
cama inmensa. Tras incluir lo estrictamente necesario, siempre se me acercan
fantasmas, multitud de ellos, pero siempre bajo la denominación de “porsiacaso”.
Porque entre otras cosas, nunca sabes exactamente el tiempo que va a hacer: -Por
si llueve, por si va a hacer mucho sol, por si se retrasa el medio de
transporte, por si tengo frío, por si tengo calor, por si hay spá en el hotel, aunque en realidad qué me importa a mí un spá, sino sé lo que es, aunque seguro que es muy caro…
Lo dicho, un viaje se puede convertir en un verdadero “sinvivir”,
y eso si las vacaciones son normalitas, porque si seguimos con el ejemplo de la
semana del Corte Inglés, y añadimos el término “fantástico” a las
vacaciones, podemos acabar, hasta en la
luna, o con la luna, que no es lo mismo. Y eso, que durante la Semana Santa
siempre puedes incluir, en tu maleta, a modo de comodín del público, un
simple traje de nazareno color violeta, y un cucurucho de cartón forrado de la
misma tela, que al esconder tu rostro, te permita sentirte lejano de todo, y de
todos, e incluso intentar escapar, por unas horas, de la “parienta” o del
“pariente”, aunque nunca puede haber nada más inquietante, por la calle, que un "nazareno" sin procesión.
Quizás, y aquí el “vecino del mundo” se pone más
que serio, puñetero, muy puñetero, y las verdaderas vacaciones serían escaparse
de uno mismo, o dejar de ser, por unos días, ese que eres, y evitar ser
vigilado por un cerebro al que no dominas del todo, y algunas veces tienes
serias dudas de que no haya en realidad un “Gran Hermano” dentro de él, de tu cerebro,
y que en el fondo no deja de vigilarte…
*FOTO: DE LA RED
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