Días como el de hoy, 8 de Diciembre, para este vecino del
mundo siempre han tenido mucho de especial, evocadores, y sobre todo con un sabor inolvidablemente familiar...
En la memoria a corto plazo para este-vecino-del-mundo-niño,
que naturalmente daba para lo que daba, ya lo situaba como el comienzo del
mes de la Navidad, y punto muy importante en mi casa: el comienzo de la época
de comer turrón, que siempre era de tres gustos, con tableta de tres líneas longitudinales:
blanca, amarilla y color chocolate. No era chocolate, sino más cercano al
mazapán, con mucho sabor a azúcar. Una delicia para los niños, para el Ratoncito Pérez, que se quedaba con tus dientes de leche y, con el tiempo se vería, para los dentistas.
Como se suele decir, y en este caso es realidad, los más
viejos del lugar recordarán que hasta 1965, este 8 de Diciembre, se celebraba
el Día de la Madre, que luego por cuestiones más comerciales se pasó a Mayo.
Como pintor aficionado, o aficionado a pintar, los colores
que esa época me evocan siempre son gamas de oscuros, verdes, azules, recordando
a la humedad, al frío…
En cuanto a olores, lo inunda todo ese acogedor olor a
castañas. Calientes, muy calientes, al principio solo soportables por el cono
de papel, siempre de periódico. Después, encerrando cada castaña entre las palmas de tus manos,
mientras observas ese humo, casi mágico, escabulléndose por tu epidermis y
transformando el tajante frío en un cálido placer comestible.
Por cierto, muchos años después, y lo que son las cosas,
ese cono, pero ya no del mismo tipo de papel, sino más grasiento, solo lo he podido
asociar a los “fish and chips” londinenses a finales de los setenta.
Siempre tengo la sensación de que en mi niñez llovía
mucho más, y el frío era más penetrante. Sensaciones más contundentes. Quizás
porque todo es nuevo para ti, y todo son extremos: frío, calor; alegría,
tristeza.
La tibieza comienza cuando intentas negociar, quedar
bien, o cuando menos, no quedar mal.
Quizás, de niño miras todo desde dentro, desde de tu yo
más personal. A medida que vas creciendo, te dejas influenciar, por lo que dicen/hacen
los demás. Quieres ser uno más de ese equipo de amigos…
Los momentos evocadores, como los 8 de Diciembre, con el
tiempo aprendes, conviene no usarlos como medida de comparación entre el ayer y
el hoy. De una manera u otra siempre perderás, sino solo como llave para recordar, y aprender que los “hoy” siempre se transforman en “ayer”, todo
es cuestión de tiempo. Y de saber apreciarlo, reposarlo, porque es señal de que sigues
vivo.
*FOTO: DE LA RED