De la misma manera que las imprudencias se pagan, las
promesas también hay que cumplirlas. Y a este vecino del mundo le quedaba por
cumplir una de esas que se hacen al ver que un año termina y otro comienza mientras el cava viene y desaparece en tu gaznate antes de que todas las
burbujas estallen dentro de la copa.
Este vecino llevaba años sin dejarse llevar por la
emoción y no realizar promesas que cuando menos luego son problemáticas de
cumplir. Y es que la experiencia de los años, por no decir madurez lindando
con el otoño de la vida, te hace no dar un paso al frente cuando se piden
voluntarios, ni a saltar como un resorte a las primeras de cambio, cuando un
descerebrado amigo tuyo diga ese célebre “ a que no hay huevos…”
Me había hecho la promesa, por aquello de cuidarse y de
intentar vivir más de lo que nuestros enemigos quisieran, (y en buenas
condiciones para no dar la lata en un futuro, a nuestros familiares más jóvenes),
que tenía que empezar un curso de TAI CHI.
Como ya no me quedaban excusas, una por día e incluso hasta
dos, para
darle a esa vocecita que nos habla en nuestro interior, porque ya se termina el
primer cuatrimestre y hasta las excusas huyeron, hoy he comenzado uno de esos
cursos que se pueden encontrar por internet.
Antes de nada, mucho cuidado para todo aquel que me
quiera imitar, porque son ejercicios de esos que dices “eso está chupado”, y lo
es, pero al cabo de unas horas te vas dando cuenta de que tenías más músculos y
terminaciones nerviosas de las que pensabas. Y ahora es el momento que me
duelen hasta las pestañas.
Uno, gracias a Dios, y no lo había visto en positivo hasta
ahora, vive en un piso pequeño, aunque no tanto como aquellos célebres de
treinta metros cuadrados, pero hoy, ahora, podría describir mi hogar como que
tiene ala norte y sur.
La cosa está tan mal que me he planteado hacer autoestop
en el pasillo, pero estos días mi casa está más deshabitada que la famosa
escena en el campo, de Gary Grant en “Con la muerte en los talones”. Y tampoco me veo, además, como para hacer
carrerillas. Ahora mismo corro, para más inri, el riesgo de descoyuntarme en cualquier momento.
Es posible que me meta en la cama, si llego, en cuanto acabe este
post, y no me levante hasta mañana; para la siguiente clase. Porque aunque no
soy maño, soy testarudo, seguramente por ser tauro, y ya que el mal está hecho,
que sirva para algo.
Todo sea por la salud, o por ser el próximo inquilino en
una caja de pino, que nunca se sabe, pero el Señor Tai Chi, si existió, no me vencerá,
al menos así, a las primeras de turno.
*FOTO: DE LA RED