Estaba hablando con un
amigo, prácticamente el único que me queda; no, no porque yo sea mala persona
(eso, espero), sino que entre divorcios (se reparten los amigos, y ellas han
decidido antes) y muerte por la edad (ya se sabe, y si no se va sabiendo,
que pasar
de los cincuenta a los sesenta, y no es un chiste, es mortal), pues eso, de
la cuadrilla (esa cuadrilla vasca que ahora, cosas del cine y de la tele, parecía
que se iba a comer el mundo junto con la
chuleta de todos los jueves y, sin embargo, es el mundo el que se nos ha ido tragando)
solo quedamos Koldo y este vecino del mundo. Y Koldo me decía ayer mismo, en un ademán
que no lo haría mejor ningún profesional del teatro clásico, que no
hay nada más inesperado que la muerte.
Al de Elgóibar, a mi amigo,
cada vez que se le va un poquito la mano con el Rioja, se pone un punto
metafísico-sentimental, y hay que reconducirle al mundo de los vivos, y nunca
mejor dicho. Y por eso le quise traer al lado de los supervivientes mediante
el humor como capote, y le dije eso de que inesperado es que casi con sesenta años, te
salgan tus primeras almorranas, o siendo feo y sin dinero, una jovencita, o un
jovencito, que a ciertas edades uno ya
no está como para poner peros, se enamoren perdidamente de ti.
Al final, o al principio, uno
ya no sabe, quizás no dejamos de ser más que burros disfrazados por aquello del
qué dirán, y necesitemos de zanahorias, muchas zanahorias, para seguir
viviendo. Pero eso sí, teniendo un poco de juicio para no morir tampoco de un
atracón de zanahorias. Ya que a lo mejor a las zanahorias, al menos de las que
hablamos en este momento, les pasa como a las armas, que las carga el diablo.
A Koldo, y ya para terminar,
le cuido más que si fuera un unicornio
azul, mi unicornio azul. Ya se sabe, cuestión de prioridades.
*FOTO: DE LA RED
*Dedicado con mucho cariño a Jose.
*FOTO: DE LA RED
*Dedicado con mucho cariño a Jose.