Aprovechando el momento,
estaba comprobando, en lo más frondoso de una alejada, muy alejada, higuera, las condiciones e inspeccionando la tarjeta,
que por primera vez me viene personalizada con una fotografía-ambientación,
entre unas cuantas que me habían ofrecido previamente, cuando mis ojos, perdón,
mi ojo, el que no es “fake”, dió con el año en el que expiraba todo el asunto,
2025, y automáticamente, mientras me caía del frondoso árbol, me descubrí pensando un frío, lacónico y
especialmente retador: “Eso, si llego”.
Tras mi sorpresa inicial, llegué
a la conclusión de que ésto también es una de las cosas que nos ha traído el
COVID-19.
Ahora, en realidad, todos
tenemos una etiqueta de manipulación para el día en que caigamos enfermos. Y en
la mía dirá que soy persona de alto riesgo y que me queda el final de un Telediario
para ingresar en el "Club de los de 65”. Con lo cual, mi vida es ya como aquel “Gran
juego de la oca”, que presentaba un Emilio Aragón todavía sin canas, ni nietos
que llevarse a su espalda.
Depende de cómo caiga el dado
de mi destino para ir a unas casillas u
a otras, y digámoslo, porque es el gran elefante que llenaba la sala y
nadie quería mencionar, para que el final de nuestro juego, sea uno u otro.
¿Lo peor de todo? Que nadie te
ha invitado a jugar, y que dure lo que dure la partida, al final… siempre pierdes.
Esperemos que en el ínterin
(siempre digo que me encanta esa palabra, y por eso la utilizo) se consiga una vacuna
fiable, y alejada lo máximo posible de dudas y prisas. Porque personalmente,
este vecino del mundo, por ahora al menos, es de la opinión de que antes se la
tomen otros valientes, si es que el destino me sigue admitiendo como jugador en
“El gran juego de la oca”…
*FOTO: DE LA RED