Entre dos luces, cuando los
gatos se pintan de pardo, cuando la vida presenta otra cara. Entre dos luces,
entre el agua y la tierra, la verdad y lo imaginado. Cuando el no rotundo
huele a posibilidad y se está más cerca
de atravesar el cristal del espejo.
Dos ambientes, el mundo huele a sueños y el sol cede su
turno a una luna nacida en cualquier parte, pero adaptada y adoptada. Es la
frontera entre las dos caras, del día y la noche. El momento en que se puede
abrir una puerta a un algo diferente, la otra cara de la moneda, de la luna de
los lunáticos.
Estar con uno mismo ahora es más fácil, es regular la luz
de tu salita, de tu entorno, y ahorrar en espectáculo cuando el espectador
parece que va a ser uno solo, y no quiere molestar. Nunca ha querido molestar, por eso sus pasos apenas esbozados, más un eco que una realidad.
Pasear por tus sitios
queridos, por una playa, la de La Concha, puede adquirir matices diferentes.
Las luces del día que se va, se resisten y juegan a quedarse en la orilla.
Huellas de pasos masajean la arena empapada de cielo. En la lejanía, unos
perros jugando mientras sus humanos hablan y hablan; contigo la soledad
buscada. Una soledad dulce y cariñosa, una soledad entre dos luces, como la
playa, que acaricia el alma y aviva el fuego del recuerdo.
La Isla de Santa Clara,
frontón de miradas, tapa las últimas
luces, y sirve de ancla a un horizonte que no quiere marcharse. Fuera de la playa, en el paseo, los flashes
denotan al espectador de postal en movimiento, al coleccionista de marcos
incomparables. El voyeur de momentos inolvidables, se esconde tras una barandilla con tintes ahora blanco-violetas. La
vendedora de golosinas guarda los últimos barquillos antes de cerrar por hoy.
Quizás esa es la frase, "cerrar por hoy”, un instante de presente, y toda la vida para recordarlo. En momentos
así no sabes si decir “atrás queda la playa” o “atrás quedamos nosotros”, una décima de segundo, apenas un ahora, de luz, de vida, de que alguna vez estuvimos.
*FOTO: F.E.PEREZ RUIZ-POVEDA