Ayer viendo “El Hormiguero” porque sabía que iba a estar
protagonizado por Joan Manuel Serrat, comprendí, una vez más, que los años
pasan y las emociones también. Queda el recuerdo, y la comparación con el “ahora” que nunca resiste. Y siempre llega el momento de ¡Quién nos ha visto y quién nos
ve!
Como es obvio, este vecino del mundo ha remozado el dicho original con el
fin de no poner el foco en Joan Manuel. Y digo Joan Manuel, porque me imagino
que le pasará a la mayoría, Serrat es algo más que conocido para todos, es de nuestra
familia. Porque va ligado a nuestra sangre, a
nuestro crecer, a hacernos hombres, y mujeres (Ya sabéis que odio el tener que recordar los diferentes sexos al escribir,
por ser reiterativa la acotación, pero si no lo hago me imagino a mucha gente
de uñas, y tampoco es plan).
Sinceramente, ayer a nuestro Joan Manuel sólo le
faltó decir aquel recordado “He venido a vender mi libro”. Y entonces, no sabes
si esa actitud demasiado conciliadora para un Joan antaño más claro, aunque
ayer también lo fue en algún momento, tenía más que ver con sus finanzas, que con no intentar
agitar más la actualidad.
Ayer, llámenme raro, que algo de eso puede haber, fue uno
de esos momentos que me reiteran en preferir, si me lo preguntaran y hubiera
posibilidad de ello, no querer la eternidad. Porque en esos momentos me
convertiría en un coleccionador de posibilidades. Sí, porque en la vida siempre
se te presentan posibilidades, ese tren que puedes coger, o no. Y los
consiguientes pensamientos rumiados de si hice bien o no.
Normalmente se recuerda lo que se quiere. Y si con los
recuerdos se sufre, porque son eso, recuerdos que ya no volverán, y lo negativo
es mejor, al menos en mi caso, olvidarlo, no quisiera estar eternamente
sufriendo, porque eso ya sería una especie de infierno en la tierra.
Ayer, porque ya los años no perdonan y al menos, si no más
sabio, te hacen más juicioso, impregné mis tristes sentimientos del momento con
el recuerdo, otro recuerdo, de que las canciones, letra y música, o letra o música,
que de todo hay en la discografía de Serrat, son una manera de conseguir la
eternidad para su manera de ver y
relatar la vida. Y eso ya no cambiará, ni se volverá, como ocurrió ayer incluso
recordando las acusaciones de ser un facha, ni más conciliador, ni más
diplomático.
Muchas veces me acuerdo del ejemplo que dio Greta Garbo
viviendo sus últimas décadas en la sombra para que sólo se recordara al ídolo,
o en su caso a la diosa, y no su decrepitud. Pero ahora parece, especialmente
en “El Hormiguero”, que se lleva más ir a pasar el cepillo, ese de la Iglesia, se sea o
no creyente, hasta el último momento, y eso conlleva, como mínimo, ciertos
chascos o sentirse defraudado desde el lado de sus seguidores. Y eso también,
al menos a las figuras de este país, les debería importar un poco.
Y es que ayer, después de ver a Serrat en “El Hormiguero”,
sentí que alguien había entrado en el jardín de mis recuerdos y había pisado
por aquellas zonas en las que nadie más debería entrar.
*FOTO: DE LA RED