No sé vosotros, pero llevo una temporada en que un día sí y el otro también, recibo llamadas telefónicas, en que me brindan ayudas de todo tipo, sin ni siquiera haberlo pedido.
Acabo de recibir una, a las
seis de la tarde, en que poniéndome como muleta Travel Club, se interesaba por
mi “cuenta de la luz”, así literal. Me ofrecía el oro y el moro, como se dice vulgarmente,
para velar de que no siguieran abusando de mi buena fe…
Después de más de seis décadas
en este planeta, uno ya sabe cómo va la película, e incluso la mayoría de las
películas que te pueden contar durante tu vida. Y antes de que te pongan
mirando para Cuenca, perdón de antemano por esta ciudad contra la que no tengo
nada, y me saquen dinero de una manera u otra, prefiero cortarlos por lo sano.
Este mundo, en el que antes de
que primara lo políticamente correcto, se decía que era “una merienda de negros”
y ahora no se puede decir nada sin que se ofenda algún colectivo, el más tonto
hace relojes de madera, y además le funcionan. Al menos el tiempo necesario
para que alguien sea el “paganini”.
Hace ya muchos años que se
acabó el que te llamaran a la puerta para ofrecerte desde libros a alfombras,
hasta directamente ponerte la mano a modo de petición con cara de pena.
Y es que el teléfono no tiene
la mirilla que tiene la puerta, y que te hace componer una opinión sobre si debes
o no abrir la puerta. Porque ver nueve cifras, o las que sean, que te están
llamando, lo único que consiguen, en el mejor de los casos, es crearte interés
en una especie de ruleta rusa que puede ser mortal.
Hace ya mucho tiempo, en mi
prehistoria, me di cuenta de que si me llamaban “caballero”, malo, siempre peligraba
mi cartera. Y desde entonces ahí seguimos, en la lucha diaria.
*FOTO: DE LA RED