Lo que este vecino va a contar ahora es totalmente cierto y le ocurrió hace ya unas semanas, pero le ha costado procesarlo y deglutirlo un cierto tiempo, porque le ha hecho plantearse ciertas cosas.
Primera semana de agosto, en
Torrevieja, con un calor que no es que apriete sino te espachurra contra el
suelo. Tengo que sacar una fotocopia, y estoy buscando un lugar donde hacerlo,
y de paso escaparme, aunque sea unos instantes del astro rey, y veo muy cerca
uno de los muchos locutorios que en esta ciudad hay.
Entro, saludo al respetable
y espero. Los respetables en este caso sólo son el dependiente (en mi opinión
palabra ya en desuso, pero que se debería de desempolvar para no convertirnos
en miembros del "español en mil palabras", cuya agrupación cada vez más
numerosa, entre los propios nacidos en España, merecería un artículo propio), y una pareja de unos cuarenta años.
Están hablando el hombre y
el dependiente, y en un momento dado el cliente exclama una expresión tan vasca como “Jesús, María eta José”,
y me dejo llevar, una vez más, por el corazón e irreflexivamente me acerco a él y le digo: “Me parece que somos de la misma zona”. A lo que él sin
nada de expresión y como si fuera la máquina del tabaco me dice, sin
apenas mirarme: “Nosotros somos vasco-españoles”. Sin dejar acusar el golpe, le contesto: Hombre, los andaluces, por ejemplo, no se definen como
andaluz-español. Porque eso se presupone.
No hubo más acercamientos, y un muro de silencio se forjó entre los dos.
Está claro que él no quería, y yo nunca me he considerado "vasco-español". Eso sería, por defenderlo de alguna manera, algo políticamente correcto que no va con este vecino del mundo, que siempre ha tenido sus ideas clarísimas, y los que me leen habitualmente lo saben. De todas maneras, lo de dejar de hablarnos hay que verlo como una manera práctica de
ahorrar tiempo; por parte de ambos, claro.
Con ese "vasco-español" me decía mucho. Me decía que los dos vascos sí, pero cómo, que cuidadito con las diferencias. A
través de los años le había calado si no el miedo, sí la precaución de qué decir, y cómo decirlo. Y quizás ahí estuvo la gran diferencia. Porque una persona
que ha vivido toda su vida en un mismo lugar, primero es de ahí, pero no tiene
por qué renegar de nada. Y tiene un código, unas costumbres que pueden servir
de sintonía para facilitar posibles acercamientos, pero decir "vasco-español" no es darte, de ningún modo, un puñetazo
moralmente, pero sí una especie de mano en vertical, en forma de barrera, que
intenta frenar a la otra persona.
Me sentí como Chenoa en la
gala de los 15 años de “Operación Triunfo” en manos de Bisbal y su célebre
cobra.
Nunca me había pasado eso, y lo que es peor, nunca me lo hubiera imaginado. Para este vecino del
mundo fue una escena bastante triste. Es, a la postre, lo que los analistas denominarían como “daños
colaterales” de un conflicto que tardará años en cicatrizar por mucho que se
diga.
*FOTO: DE LA RED
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