El otro día estaba pensando, que ya es de lo poco que el
españolito medio se puede permitir sin que le cueste nada, …por ahora, haciendo
un balance de mi vida, y a lo mejor me he pasado en eso de ser formal.
Con la amenaza constante de una filosofía familiar de “pórtate
bien”, quizás durante toda mi vida lo he hecho, y la he convertido
en un tanto monótona.
A lo mejor, el día aquel que todavía sin llegar a los
catorce, pensé tirar mi bolígrafo al suelo para, aprovechando el incidente
verle las piernas a la profesora…debí de hacerlo. Y, quizás entonces, las
piernas no hubieran sido todo un símbolo de nuestra represión sexual,
porque las piernas nunca es el comienzo de nada, sino solo una excusa. Y es que
lo importante es París, y no un cartel que diga “París a 30 kms”, a no ser que
seas un diseñador en ciernes, y te exciten los carteles en sí.
Tampoco cuenta, en lo de no haber sido un poco díscolo, aquellos
partidos de fútbol en la plaza del pueblo, bajo el letrero de “se prohíbe
jugar con la pelota bajo multa de cinco pesetas”, porque nunca fui ni
el organizador, ni siquiera el capitán del equipo.
Mi madre siempre tuvo la filosofía de que el
trabajo de un niño es jugar, y había que estar todo el día jugando,
para cumplir
con el estatuto del niño trabajador. Y quizás, visto desde la orilla de
los cincuenta y tantos, no rompí todos los cristales que tenía que haber roto,
ni di todas las patadas que tenía que haber dado, ni levanté las faldas que
tenía que haber levantado. De hecho, creo que no levanté ninguna falda.
De todas maneras, en el baúl de mis recuerdos,
solo me quedan dos cosas que no repartí:
Muchos besos, que tenía que haber dado y no me atreví a
dar, en aquellos amores de juventud que se iban antes de comenzar, pero que luego lamenté por no haber dado un primer paso.
Y las cosas que se quedaron en el viejo tintero, por no
decirlas. Especialmente el descubrimiento de buenos sentimientos hacia otras
personas. Porque los malos pensamientos, los malos sentimientos, siempre
caducan, pero los buenos, se marchitan y siempre quedan allí, como flores
amarillas, que en un momento dado se cultivaron para regalar, y nunca llegaron
a tal fin.
*FOTO: DE LA RED