El piano desgranaba sus últimas notas, como aquel que se
despide de un lugar mirando alrededor para fijarlo en su pensamiento, antes de
cerrar la puerta por última vez.
Eran sesenta años tocando en el mismo lugar. Toda una
vida interpretando su propia banda sonora a modo de trabajo.
Él y su piano habían visto tiempos mejores, en los que el
dinero americano iba y venía, como las amistades con los clientes.
Atrás, muy
atrás, había quedado el oropel de la vieja época. Grandes coches con su brillo
original, y mucho humo, quizás de lo poco realmente autóctono, y orgullo de un
país. Una metáfora de aquella vida. Alegría que no se podía tocar,
ni mantener. Una economía que fluctuaba según la llama que encendía, y cuando
lo deseaba, el turista americano.
Tras el cambio de régimen, y muy poco a poco, el decorado
se fue perdiendo, y ya solo quedaban sus frías y secas paredes. Pero el
espectáculo siempre había continuado, y de hecho seguiría a partir de esa
noche, pero ya sin él.
El médico le había dicho que el dolor de sus manos iría
aumentando mientras que su autoridad sobre las mismas le iría abandonando muy
rápidamente.
Frank Álvarez observó su cara por última vez en el piano
que había sido su vida. Negro sobre negro, un paisaje oscuro para una vida de
luces y sombras, además en este orden, por lo que quizás es más difícil de
digerir. La retina de los ojos de su vida, ya se había acostumbrado a un nivel
que el tiempo demostró que no era para él. Y la vida en eastmancolor, como
aquellas películas, había cambiado a un paisaje de grises, consignas y moldes,
donde tenías que cambiar tu forma de pensar y vivir por la que dictaba el único
partido vigente.
Bajó la tapa del piano y se levantó por última vez de lo
que había sido una parte de su cuerpo, sus cuerdas vocales. Mientras iba
abandonando la sala, ya vacía, sintió que todavía había vida para él, en
contradicción de lo que le había dicho su médico. Si un traje militar no había acallado su música, una enfermedad podía ser vencida. Y observando la fría sala
en penumbra, Frank decidió que no era el final de su concierto, sino solo un
descanso, el tiempo necesario para fumarse un cigarrillo americano.
* CUADRO: "PIANOMAN I" DE DONICE BLOODWORTH