Y cuando pensabas que la rutina se había instalado en tu
vida, los milagros ocurren. El joven encargado de la tienda en la que compras
los lienzos de tus futuros cuadros, y sin venir a cuento, te dice que ha visto tus pinturas, y que le gustan mucho.
La verdad es que nunca le he dado la dirección de mi
exposición virtual, y no sé cómo la ha encontrado, o simplemente ha sido el
destino, pero el caso es que me ha dicho
que le gusta. Ocurre que uno es de la opinión de que en casa del herrero cuchara de
palo, y que una persona que está todo el día rodeada de objetos relacionados con la pintura debe
estar un poco harta, y le tiene que apetecer desconectar. Sin embargo, le
gustan, y eso es lo más parecido a un piropo que vas a conseguir. Llevas mucho
tiempo ya, y sabes cuando “un me gusta” significa eso, o es el
equivalente a “patético” en su versión políticamente correcta.
Uno no pinta para que funden un club de fans, sino para
sacar lo que bulle en su interior, y o abres la espita para que salga lo que se mueve dentro, o muere antes de haber nacido.
Con la pintura me ocurre como con la escritura, que solo
en el momento de pintar sé lo que quiero, porque voy quitando el blanco del
lienzo para encontrar lo que se oculta en el interior.
Lo mismo ocurre con lo que escribo, lo descubro delante
del folio en blanco. Es una sensación de dos personas en una, la primera
escribe y la segunda lo lee, sin tener además ningún grado de empatía con el
anterior. No le odia, pero tampoco le quiere caer bien diciendo cosas
diferentes a lo que realmente piensa.
Quizás el arte sea un tipo de lenguaje que sale de las
entrañas para ser entendido por las entrañas, por eso cuando alguien pregunta
lo que has querido expresar, implícitamente te está diciendo que no se ha
enterado de nada, porque cuando te acabas de enamorar, aunque sea la primera vez, sabes que “aquello” es amor, y no hacen falta más preguntas.
*CUADRO: "BARCAS EN REPOSO", DE PATXIPE.