Hace apenas un rato he
sufrido en mis carnes la famosa expresión española “por si acaso”.
He quedado con un amigo a
tomar un café para ponernos al día, pues nos vemos muy de vez en cuando. Y tras
desempolvar viejos recuerdos, y poner de vuelta y media, solo a aquellos que
realmente se lo merecen, la mayoría, volvía tranquilamente para casa cuando he
notado la llamada de la selva, en su versión “ganas de orinar”. Y
usando el GPS mental en su aplicación mapa de la zona de váteres
municipales he recordado que había uno bien cerca.
La verdad es que en Donosti,
la ciudad en la que normalmente tengo la suerte de residir, ese tipo de
servicio municipal no tiene ninguna queja, más bien al contrario. Me explico.
Ahora ya se sabe que las
técnicas modernas se utilizan para todo. Y lo mismo que muchas cabinas de W.C.
tienen lavado automático, una vez que sales, lo mismo ocurre, o al menos
debería ocurrir con la parte adjunta (resguardada por una especie de biombos
fijos) que está habilitada para que los hombres hagan, digamos, sus "necesidades
verticales".
Pero sucede, como en el caso de hoy, que hay sensores más rápidos que el gatillo de Billy El Niño, y
cuando he llegado, ese sensor al reconocerme me ha debido de saludar a su
manera, que se traduce con un buen chorro de agua. Lo que ocurre es que ese
sensor debe de tener vida propia y, por lo que se ve ha debido de estar solo
toda la mañana, muy solo, y se ha puesto contento de verme. Esa es la única
explicación que le doy, ya que en el medio minuto, como mucho, que ha durado
nuestro encuentro, me ha “saludado” con agua un total de tres veces. Con lo
cual, si no hubiera entrado, y el “problema” me lo hubiera echado encima, me
habría mojado menos, y con menos cara de sorpresa y cabreo.
Por lo que he podido
comprobar tristemente en mis carnes, los fabricantes de baños públicos no deben
de tener personal encargado de probar “sus
inventos”, porque el citado departamento se hubiera dado cuenta rápidamente, de que a ese sensor habría que "educarle" para que esperara, un minuto más o menos, a hacer
aquello que se le requiere, y NO en el momento en el que el “cliente” está allí. Da la impresión de que el
único fin es demostrar que “aquello” funciona, y por eso te lo repiten en
persona, por el famoso “por si acaso”, tres veces.
Tras este incidente, y por
este incidente, me he acordado de un gran amigo “Josemari”. Es arquitecto, y
cuando empezó en su profesión, me acuerdo que le pregunté si no tenía miedo a que alguno de sus
edificios se cayera. Y me dijo tranquilamente, que eso era prácticamente
imposible, porque tras los cálculos, y como ya sabía que más de una vez en el
proceso de construcción se podía “extraviar” algo de material, añadía bastante
más de lo necesario, por si acaso. Y ese "por si acaso", tan banal, pero tan
lleno de experiencia, ha vivido en mi durante toda la vida. Y en momentos como el de hoy, me acuerdo
siempre de Josemari y de su experiencia vital.
Que no se me olvide, a
partir de ahora, salir de casa siempre con un sobre de jabón en el bolsillo por si acaso, así en momentos como el
de hoy me lavo por completo, y mira, eso que me ahorro…
*FOTO: DE LA RED.
*FOTO: DE LA RED.