Ayer nos despertamos con la triste noticia de que Don
Luis Aragonés nos había abandonado, que aunque había dicho que ya no se iba a
dedicar al fútbol, acababa de fichar por el cielo.
Seguro que a él no le gustaría la conmoción que se ha
montado, porque no debía de ser amigo de agasajos. Otra cosa son los
reconocimientos, y él sabía que hace tiempo que tenía la llave del corazón de
todos los aficionados.
Luis Aragonés, Luisito en sus años de futbolista, tenía
ese aire despistado que se supone que deben de tener los hombres sabios. Una
especie de Colombo del fútbol, descifrando las claves que llevarán a su equipo
a perforar la portería contraria. Y una especie de Columbus que supo llevar la
nave de su equipo nacional a conquistar territorios vedados.
Buen conocedor de psicologías y caracteres, supo hacerse
con una buena selección de corazones y de eso que siempre se ha llamado
pundonor, convirtiendo Europa en un patio de nuestra casa.
Nunca quiso que le llamaran el “Sabio de Hortaleza”,
aunque tenía hechuras para ello. Si acaso se identificaba con el apodo de “Zapatones”.
Eterno cascarrabias pero siempre entrañable.
Defensor de su verdad a ultranza, y si ésta, su verdad,
se encontraba detrás de un muro, pues qué le vamos a hacer, había que derribarlo
o al menos intentarlo.
Se nos ha ido un hombre de ademanes quizás un tanto rudos,
pero siempre bueno. Con esa bondad que tienes que defender para que no te coma
el contrario, porque en el mundo en el que él se movía, existían los suyos, y
los adversarios. Pero incluso el equipo contrario le ha sabido
reconocer su valía, y preferían tenerlo junto a ellos que en contra. Por eso la
gran cantidad de equipos que dirigió.
Todos llevamos hoy, y lo llevaremos para siempre, un crespón
negro en nuestra alma deportiva.
Nos ha dejado, ha fichado por otro equipo de gran
altura, Don Luis Aragonés Suárez. Descanse en paz*FOTO: DE LA RED