Algunas veces, ver una simple foto es como abrir un cajón
en el armario de tu pasado, y comienzan a aflorar todo tipo de sensaciones y
recuerdos, desgraciadamente todos ellos amarillentos, por aquello de que
cualquier tiempo pasado, no sé si fue mejor, pero sí anterior, y ya todo huele
mucho a naftalina de realidad.
No sé cómo ni por qué, pero en los momentos previos a comenzar el post de hoy, ha habido algún pensamiento
cruzado, lo que los pedantes denominarían como “brainstorming” (tormenta
de ideas), aunque luego solo sepan decir en inglés “singing in the rain”, por
supuesto que marcando mucho la segunda “G”, y me he acordado de George
Maharis, al que nosotros, también, llamábamos pronunciando en
castellano todas y cada una de las letras, ¡faltaría más!
Antes de nada, y para ahorrar posibles cabreos, todo
aquel que crea que aquí se va a hacer un estudio exhaustivo del citado actor, y
por eso está leyendo este texto, es mejor que lo deje aquí, y acuda, por
ejemplo, a Wikipedia.
Este vecino del mundo reparó en el Señor Maharis, atribuyéndole
su nombre y apellido, tras bastante tiempo de verle en televisión, y prácticamente a raíz de “Juego mortífero”, a comienzo de los setenta, una serie sobre
tres investigadores privados, con una vieja gloria, Ralph Bellamy, e Yvette
Mimieux. A Yvette, por ejemplo, podría considerarse como la versión femenina de lo que
representaba Mister Maharis, solo que ella, al menos en opinión de este vecino
del mundo, era mucho mejor actriz, y a la que quizás, precisamente, le perjudicó ser “tan
guapa”, y no se le tomó tan en serio como profesional, y presuntamente “sólo” se
le elegía por su fachada.
George Maharis siempre me pareció tan perfecto,
hierático, y como que hacía un esfuerzo para mover los labios, que me lo
imaginaba como un efecto especial más. Y que cuando terminaba de actuar, o mejor dicho, de que contaran con él en una escena, le
desconectaban de los cables que le daban movimiento; y automáticamente le
llevaban al taller de reparaciones, para darle otra capa más de chapa y
pintura, y dejarle resplandeciente, sin importar, quizás, que la escena del
siguiente día, fuera de alguna catástrofe en la que su personaje saliera
lastimado, porque nunca hubo un “lastimado” más sano que él.
Muchas veces, la mayoría, el destino es muy injusto, y
mientras hay personas que se fueron hace mucho tiempo ya, pero parece que
siguen con nosotros, hay otras que para
nosotros pertenecen a una época determinada, en su caso, a la televisión de años 60 y 70, y lo
demás es una cruel broma del destino.
Hay actores, por ejemplo y sin ir más lejos, Charlton
Heston, que siempre era él, aunque fuera “El Cid”, “Ben-Hur”, o el mayor Matt Lewis en “55 días en Pekín”, pero
su personalidad le daba más empaque o enjundia al personaje. Sin embargo, aparecer George Maharis en pantalla era como abrir un paréntesis en la
película, y directamente pasar al “cómo se hizo el proyecto, pero a pesar de él”.
A medida que he ido redactando, y ya para terminar, el
post de hoy, me voy dando cuenta de que quizás estoy siendo demasiado cruel con
Mister Maharis, porque, por ejemplo, estudió en el Actors Studio y allí no
entraba cualquiera. Tal vez fuera, y aquí ya claramente echo piedras contra mi propio tejado hasta acabar con él, porque fue el primero, quizás
inconscientemente, que me hizo presentir que siempre un buen embalaje hace
llegar el paquete más lejos, y eso no se olvida.
¡Larga vida a Mister Maharis!, y que me perdone,… si
quiere.
*FOTO: DE LA RED
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