Nunca me han gustado las personas cuadriculadas, ni de
ideas tan fijas que forman un muro sin aristas ante la imaginación, y destierran la duda. Por eso
hace dos días, cuando me encontré con Jonan, tomando un café en el “bar de guardia” de
nuestro vecindario, y le ví con unas ideas tan firmes y férreas diciendo que a
él no le come el coco nadie, ni ha nacido todavía nadie que le diga qué es lo
que tiene que pensar, sonreí por dentro, mientras mi voz interior me decía: -La
ocasión la pintan calva…
Jonan –le dije- recuerdo que más de una vez nos has
hablado maravillas de esa máquina de hacer café que compraste, de la que nos diste todo
tipo de datos, que te costó un dineral y que poniéndole el cartucho del tipo de
café deseado, te lo tiene preparado a una hora determinada. ¿Te has planteado
alguna vez, que alguien, llamémosle “Él”, ha dado orden para que tus cartuchos
sean manipulados con alguna sustancia determinada, para que muy poco a poco,
puedas ir cambiando de hábitos e incluso de manera de pensar?
Jonan, mi vecino autosuficiente, giró 45 grados, quedando
cara con cara con este vecino del mundo, pero en ningún momento de manera
desafiante, sino simplemente dando a entender que había captado mi interés, y
me preguntó con una sonrisa: -¿Me estás tomando el pelo, verdad?
¿Te has puesto a pensar –proseguí- que en esas campañas sanitarias,
en las que el gobierno, cualquier gobierno de cualquier país, sugiere a la
gente de más de sesenta y cinco años que tomen la vacuna, por ejemplo, de la
gripe, no haya un cupo de personas, ya pensadas, para que ese sea su “último
invierno”, y así “cuadrar” las cuentas de “su” seguridad social?
Jonan, ya no sabía, ni dónde estaba ni que era un hombre
de férreas ideas, y antes de que me dijera nada, rematé: ¿Te has planteado
alguna vez, que seguimos estando aquí, porque los demás quieren? Que lo mismo
que estamos, pudiéramos sufrir un “accidente raro”?
Aprovechando el silencio de
los pocos que a esa hora estábamos en el bar, pagué al camarero, también
aturdido, y me fui, pero no solo, el atisbo de una sonrisa me acompañó,
mientras el eco de Jonan, ya lejos, solo acertó a decir: ¡Chorradas!
*FOTO: DE LA RED
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