En el momento en el que tu cerebro da orden a tu brazo
para que tire de la puerta, ya está firmada tu sentencia: te has quedado en la
calle sin llaves y a partir de ese momento, y como se dice vulgarmente, te tienes que buscar la vida como puedas.
Me pasó ayer, y no sé vosotros, pero desde que tengo
teléfono móvil, hace ya muchos años, mi capacidad a reproducir de memoria
cualquier número de teléfono se ha reducido a inexistente. Con una curiosidad: el único
número que retengo, como los líquidos en el cuerpo, es involuntario, y no sirve
para nada, porque es el mío, y evidentemente no tengo por costumbre llamarme,
salvo que en algún momento haya olvidado dónde he dejado el teléfono, y me llamo para que ese teléfono que se ha escondido, se auto-delate.
Y al final, tras quedarte en la calle, te tienes que
conformar con el mal menor: Podía haber sido peor, porque llevo dinero conmigo,
el teléfono móvil, y en el caso de ayer, eran las cuatro y media de la tarde, e
iba bien pertrechado para combatir el frío. Aunque, como no podía salir todo
perfecto, la persona que tenía copia de mis llaves estaba a …once kilómetros.
Como soy bastante previsor, ya había pensado más de una
vez en esa situación, y lo ocurrido, cuándo y cómo ocurrió, eran en realidad,
la mejor de las situaciones.
Ya alejado de la mezcla extraña de mala leche y
conformidad que me invadió en el mismo momento de sentirme como un exiliado
forzoso, me ha servido para comprender que en realidad (no sé si llamarlo
accidente, incidente, o ambos) es la vida misma.
Estás convencido de lo que va a ser tu vida, en este caso
durante unas dos horas, que era lo que había programado, y el destino te depara
otra.
Al hilo de esa expresión tan española de que “lo que no
te mata, te hace más fuerte”, desgraciadamente para más inri, y como miembro integrante
de los anónimos de esta vida, o de ser un currito (aunque recién jubilado) de
los de a pie, no podré utilizar esta anécdota para engordar mis memorias, porque
nunca las tendré, por lo menos en versión libro.
Las personas a las que nunca se nos describe como “de
buena familia”, aunque nuestros padres fueran unos santos, a falta de “memorias”
tenemos un pasado, porque sobre eso siempre se puede extender un sospechoso signo de interrogación.
Y ya para terminar, me estoy dando cuenta de lo mucho
que da un simple olvido, que, por cierto, en este caso “Olvido” no es un nombre
de mujer, sino simplemente el comienzo de un viaje interior.
*FOTO: DE LA RED
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