Me acabo de despertar, es la una y media de la madrugada,
frente al televisor. Todo el tiempo escenas, una tras otra, de olas rompiendo al
acercarse a la orilla, mientras surfistas rubios quemados por el sol intentan
no salir damnificados. Todo ello aderezado con rock especialmente duro sobre un
fondo naranja, y en algún lugar, en ese mismo fondo, montones de palmeras.
Tengo la sensación de estar soñando. Me acerco al
ordenador en otra habitación. No sé por qué pero tengo la certeza ahora de que
estoy soñando. Conecto con un periódico digital de Donosti. En portada prácticamente sólo
noticias del Covid. Hay un gran brote, un auténtico brotón, de 250 personas en
un camping, lo conozco, de Zarautz.
Es como abrir una ventana, y ésta se ha convertido en una
pantalla de televisión con un gran plano repleto de diferentes televisiones,
todas ellas con noticias del Covid, y de gente comiendo en terrazas. El mundo vomita enfermedad e intento cerrar
la ventana antes de que me agreda.
Huyo hacia la puerta de salida de mi casa y la abro. Me doy
de bruces con el interior de mi frigorífico. Reconozco la compra, porque hace
apenas cinco horas estaba en mi carrito del super.
Ahora unas cuantas vecinas están hablando con una
periodista de La Sexta. Están diciendo que llevo muchos años viviendo en el
inmueble y que nunca he dado ningún problema, y que siempre he sido muy atento
al saludar.
Mi último recuerdo, a modo de una gran isla paradisiaca, un
paracetamol también rodeado de surfistas. Espero haberlo tomado, y que todo sea
un gran pequeño sueño. ¡Socorro! No me veo y no sé si llevo puesta la mascarilla.
Para colmo de males, no sea que además me caiga una multa de cien euros, y ésta
sea lo más real de todo. Lo último que siento, y lo siento de verdad, es mi esfínter cerrarse.
*FOTO: DE LA RED
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