Mi madre siempre ha dicho eso de que “cuando
el diablo no sabe qué hacer, mata moscas con el rabo”. Y de eso se ha
acordado este vecino cuando se ha enterado de que en Rusia, como si no tuvieran
suficiente con la que está montada en Ucrania, se va a castigar a todo aquel
que utilice palabras malsonantes en los medios de comunicación, películas, piezas teatrales, espectáculos,
conciertos, libros y obras de arte.
Este mismo lunes, Vladimir Putin ha promulgado una ley,
que entrará en vigor el 1 de junio, con multas de 2.000 - 2.500 rublos (40-50
euros) para particulares, entre 4.000 - 4.500 rublos (80-90 euros) cargos
públicos, y entre 40.000 y 50.000 rublos (800-1000 euros) para personas
jurídicas. Y, curiosamente, debido a esta ley, y desde nuestro punto de vista,
en castellano naturalmente, decir su apellido ya podría costar algún disgusto. Según parece expertos filólogos serán los que
determinen si las palabras o expresiones
empleadas en cada caso son merecedoras de sanción, que irónicamente lo veremos
como una manera curiosa de crear más puestos de trabajo.
A partir de ahora, y según la nueva ley, no debe de haber palabras
malsonantes en actos públicos (artísticos, culturales, o de entretenimiento). Con
relación a las películas, cintas conteniendo diálogos con “tacos” o palabras
soeces, no recibirán certificados para
su exhibición en cines.
De todas maneras, puestos a insultar o hablar mal, lo
importante en realidad nunca es el, al menos desde el punto de vista de este
vecino, el significado de una palabra, que también, sino la intención con la
que se dice. Porque malsonante, como todos sabemos, viene literalmente de “sonar mal”, y qué
diferencia hay entre los fonemas de “puta, ruta, fruta”, todos suenan de una
manera bastante similar.
Es conocido eso de que los niños siempre dicen la verdad,
pese a quien pese, y desde su mentalidad hay momentos en que ellos expresan,
aún sin saberlo, verdades como templos.
Este vecino conoce a un mocetón ahora, niño en el momento
de lo que va a relatar, y que se supone que por haberlo oído alguna vez, atribuía
a palabras
acabadas en “ón el poder del insulto. Por eso, cuando se enfadaba, y
empezaba a soltar una retahíla de improperios, según su mentalidad, para acabar
con broche de oro, utilizaba su insulto más sonoro, la palabra “salchichón”.
Según la nueva orden establecida por Putin, esta palabra pasaría la criba establecida, pero para el niño de entonces, “salchichón” solo hubiera ido dedicado al peor de los hombres malos, dicho además, y ésto es lo importante, con toda su intención.
Y ya para terminar, quién no recuerda, las escenas de "El gran dictador", en las que en un idioma inventado, el gran Charles Chaplin, da toda una exhibición de insultos, sin que, en realidad, se entienda nada. Está claro que el Señor Putin nunca ha visto esa película, porque seguro que tendría otro concepto de la palabra y su significado.
*FOTOGRAMA: "EL GRAN DICTADOR".