Si tuviéramos que hacer un
símil de España, una comparación, no me cabe ninguna duda: España es un patio
interior, o incluso, una corrala.
Este vecino del mundo no
vive en Andalucía, sino en el País Vasco. Galopa por razones personales entre
Guipúzcoa y Vizcaya, y ya se sabe que tenemos fama de ser más discretos, más
secos en el Norte que en el Sur. Pero, incluso así, España es un patio
interior.
Aún antes de tener
televisión con muchas cadenas, nosotros ya teníamos multi-programas. Más de una
vez nos hemos sentado en nuestro balcón interior (suena a algo filosófico, incluso
transcendental, pero es literal), y nos hemos pasado horas muertas muy vivos.
Pasan los años y los
espectáculos interiores, como el patio, van cambiando.
Actualmente tenemos en
cartel, entre las dos alturas que alcanzamos a ver, a la del segundo izquierda
que convive con su cuñada, y todos los días tenemos una especie de sitcom,
comedia de situación, mezcla de ricas y famosas y criadas y señoras. Reivindicaciones y reproches están a la orden
del día. Alguna vez aparece como estrella invitada el señor de la casa, a la
par marido y hermano, intentando hacer de una especie de negociador entre
ambas. Es cuando la comedia ácida adquiere tintes de thriller porque sabes que
en cualquier momento va a pasar algo, y nunca adivinas qué.
En el segundo derecha
tenemos aires juveniles. Es un piso de estudiantes, y además el único balcón
que tiene programación nocturna, con concursos de bailes y realities de
supervivencia a los excesos. Está muy entretenido aunque los decibelios,
especialmente en horario nocturno, suelen exceder el buen gusto.
Por el contrario, en el
tercero izquierda tenemos una especie de cine de barrio con tres generaciones
de una misma familia. Los abuelos y padres nacidos en el Sur. Entre su corta pero
nada homogénea programación, tenemos a Lola Flores, Manolo Caracol por un lado,
y un Arturo Pareja Obregón, actuando como bisagra de un cancionero, que bascula
entre el Sur de las primeras generaciones, y un Benito Lertxundi y Ken Zazpi a cargo
de la generación ya nacida en Euskadi. El espíritu de esa vivienda se puede
resumir en ese abanico con flecos blancos y azules cosido a la pared, y esa
pancarta descolorida pidiendo la independencia que hace ya años que lleva
puesta.
Y ya para terminar, tenemos
el tercero derecha, que puede ser todo un símbolo de nuestros días. Aunque
recordemos que es un patio interior, luce desde
hace más de dos años un gran cartel de “Me venden” con el consiguiente
número de teléfono. La familia lleva el mismo tiempo que el cartel, malviviendo
en Alemania a la que se trasladaron, primero con ganas de decir cuatro cosas a
la Merkel, y a la que finalmente solo dijeron “Socorro”, eso sí, mediante un
traductor al que, por supuesto, tuvieron que pagar.
Muchas veces, esos balcones
interiores dicen más que el mejor de los editoriales en cualquier medio de
comunicación.
*FOTO: DE LA RED