Está claro que este vecino
del mundo nunca podrá ser uno de esos millonarios, que con su avión propio, hoy
está en Katmandú, mañana en Rawalpindi, y pasado, como dice la antigua canción
británica, en Tipperary (ya os he dado una excusa, por cierto, para actualizar
habilidades geográficas, como se dice ahora, “rarunas”). Porque este vecino
cada vez que tiene que hacer un viaje de cierta entidad, está más nervioso que la Pantoja,
ahora que está de actualidad otra vez, antes de volver a la
cárcel.
Aunque casi faltan dos días
para el viaje de vuelta a Donosti, esta noche apenas he podido dormir, y mi
mente ha hecho la maleta (bolsa grandísima más bien) unas cien veces más o
menos, por lo que esta mañana me he levantado como si no hubiera dormido.
Siempre he pensado que tengo
un cierto parecido, sexual no, evidentemente, con Mary Poppins, porque como hace
ella, de mi maleta sale de todo. El problema es que en la película no se ve el
secreto para guardarlo todo otra vez. Y ese es mi problema. Que en los momentos previos
al regreso, tengo la sensación de que la maleta mengua, y de “supersupersuperkingsize”
pasa a minimaleta de Nancy exploradora.
Y la persona que piense que
el viaje lo voy a realizar en avión desde Alicante, que vaya acortando el
presupuesto de sus suposiciones sobre este vecino del mundo. Autobús, puro y
duro, unas doce horas de viaje, aunque no hay mal que por bien no venga. Si no
te duermes, que por la noche es lo normal, te da tiempo a poner en orden toda
tu vida, aunque fueras un Matusalén moderno, lo cual en sí mismo ya es un
contrasentido. Incluso, para los muy creyentes, te da tiempo a hacer ejercicios
espirituales y obtener cum laude en teología por la Universidad del Cielo.
Siempre he pensado que en
este tipo de viajes, en autobús, debería de ir siempre un notario para poder
cambiar voluntades en testamentos. Y no me refiero por miedo al viaje, sino que
te da tanto tiempo a pensar sobre tu vida y la de los tuyos, y que en cierto
momento del viaje, te puede dar por pensar que toda tu vida ha sido un engaño, y
que no merece la pena premiar a los timadores. O incluso al revés, tras
diez horas de viaje, te puedes dar cuenta de, que en realidad, a la persona que realmente
echas en falta, es a la que menos habías tenido en cuenta en tu testamento.
Es más, y no es una
exageración, incluso el mismo chófer debería de tener un poder, al estilo del
capitán de barco, para que pasajeros que se conocen durante el viaje, puedan
casarse. Sería además una manera de amortizar el viaje, ya que por el mismo precio, es el viaje de novios. Y filosóficamente, un viaje cualquiera, se convertiría en el viaje de tu vida.
¡Bueno! Me pongo a ordenar
las cosas en la maleta, mientras descubro, como siempre con mala leche, que no
he utilizado ni la mitad de las cosas que he traído. Y no aprendo…
*FOTO: DE LA RED