Leo en algún medio digital que
se cumple hoy precisamente, un cuarto de siglo de la desaparición de La Faraona, o traducido para
los que tienen menos edad, Lola Flores. Y no se me ocurre nada más original que
decir que ese insustituible “… y parece que fue ayer”.
A eso hay que añadir, que en
pocos días también, se cumplirán otros veinticinco años de la muerte de su hijo,
Antonio, concretamente el 30 de mayo. Y es que hay vidas que irremediablemente
van unidas…
De todas maneras, el de Lola Flores
es el ejemplo típico de "arte", de ser artista. Ni era la mejor cantando, ni bailando, y
tampoco le hizo ascos a la interpretación, pero tenía un algo que en el
flamenco especialmente se denomina “duende”, y que en el teatro se conoce como
saber pasar la batería, y que no deja indiferente a nadie.
Ya de todos es conocido, amén
de clarificador, lo que dijo de ella The New York Times, cuando en el año 1979 se adelantaba a la
actuación que Doña Lola realizaría en el prestigioso Madison Square Garden, con
una frase de esas que quedan tanto para la historia como para la histeria: «No
canta ni baila, pero no se la pierdan».
Es triste, pero el coronavirus,
y el mundo de su entorno nos ha marcado tanto ya, que mientras escribía estas últimas
palabras “no canta ni baila…” desgraciadamente me estaba acordando
paralelamente a nuestros políticos, que ni mandan ni dan ideas para colaborar
en cierta manera luchando, al menos, contra la pandemia. Pero se aferran a sus
cargos como si no hubiera un mañana, y quizás ésto sea lo acertado. No se
quieren alejar de su cargo, porque sin él, es más que probable que al menos su
mañana sea de inferior calidad, porque no les iba a hacer caso, ni el famoso
Tato, que ese también está más cerca de Doña Lola, que de esos que la mayoría
de las veces confunden el poder de ayudar con el poder de trincar.