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sábado, 10 de octubre de 2015

UN FREELANCE DE LA VIDA


No sé si a vosotros os habrá pasado igual, pero como las costumbres van cambiando un día sí y el otro también, llega un momento en que un buen día te encuentras comulgando con ruedas de molino, o como hoy me ha ocurrido.

Estábamos, La Nuri, mi sufrida, y este vecino del mundo, viendo un reportaje en televisión, en el que salía un cantante, que aunque ya tendrá sus añitos se le puede considerar como de la nueva hornada por hacerse cantante tras un affair con una famosa. Y La Nuri me ha dicho: -Este chico tiene que ser gay.- Y si algo detecta rápidamente una mujer es eso. Parece que lo capta en el ambiente. A lo que yo le he contestado sin parpadear: -En todo caso le dará a todo, porque ha salido con esa famosa durante más de un año.

Y he comprendido que lo de “darle a todo” lo había considerado como si cambiar de hábitos sexuales fuera algo así como aprender a andar en bici, que tras unos días de dudas, una vez de empezar a pedalear, no paras.

Algunas veces pienso en que si algún pariente nuestro, que hubiera fallecido hace ya unos veinte años, volviera con nosotros, del susto volvería al cementerio pero por voluntad propia.

Los programas de la televisión, por ejemplo, para bien o para mal pero no son ni la sombra de lo que fueron.
Antes en los Telediarios se diferenciaban las noticias culturales de los estrenos de cine, que en realidad es publicidad encubierta. Y en los programas de entrevistas salían famosos de verdad. No la novia de uno que ha salido durante varios meses con una famosa que, en realidad, no sabemos por qué lo es. 

No se deberían de hacer entrevistas a personas que siempre son unos bordes y no conceden entrevistas a nadie "porque su vida es suya”, pero ahora les interesa porque tienen o un disco, o un libro, o algo que quieren “vender”

Antes se iba a la búsqueda de la noticia, y  ahora se crea noticia de un producto que se quiere vender y se ofrece a todo el mundo.
Antes, de los presentadores de la televisión, por ejemplo, no sabías nada. Ahora, ellos mismos dan y crean noticias. Y además, no "sirve" alguien que tenga una, digamos, y que se me entienda, una sexualidad aburrida.

Todos quieren ser tratados sin ser discriminados por su opción sexual, pero algunas opciones sexuales se presentan como lo más de lo más, como valiente, como romper o explotar el armario en mil añicos. Y eso debiera ser lo menos importante. Lo importante siempre tiene que ser el amor, así, sin letra pequeña.

Y ahora hay amores, como los nuevos contratos, que duran un día. Y tardas más tiempo en contarlos con pelos y señales, que lo que has amado, o te han amado.

No sé si son los años que vamos cumpliendo, que lo serán, y que van pesando, pero en ciertas cosas hemos salido perdiendo. Como con ese sentido de la familia. Ahora hay demasiado “yo”, y poco “nosotros”. Demasiado “porque yo digo lo que pienso”, y muy poco “comprendo lo que me has dicho”, porque en realidad, ahora se escucha poco. Solo esperas a no oír sonido contrario para insertar tu perorata.

Al final, lo mejor será ir por libre, ser un free lance de la vida. Y como vas viendo cómo funciona ésto de estar vivo todavía, es mejor no perder el tiempo e ir diciendo lo mucho que quieres a los que quieres, que dar a entender lo mal que te caen, los que te caen mal.

Será mejor amarnos, los que nos tenemos que amar, ahora que tenemos tiempo, y decir, incluso, un “¡Viva el vino!” ahora que junto al  tiempo, nos han dejado todavía un poco de calderilla…

*FOTO: DE LA RED



martes, 23 de diciembre de 2014

EL CUENTO DEL BIEN INFORMADO

Tenía el extraño hábito de estar bien informado. Lo leía absolutamente todo. Antes de cruzar un puente, por ejemplo, era capaz de leer todo tipo de letreros y señales al respecto, reflexionando después, y deglutiendo cada orden o sugerencia.
De joven incluso, le había pasado durante algún escarceo amoroso, abrir una caja de preservativos y leerse el prospecto de cabo a rabo (en este caso no va con segundas), con tanta intensidad que al ir a colocárselo según todo tipo de recomendaciones, la joven en cuestión se lo había pensado mejor, o simplemente se lo había pensado, y ya no estaba.
Él no le daba importancia a esas cosas, porque estaba convencido de que la persona que le quisiera, lo iba a hacer por lo que era, y simplemente a él le gustaba algo tan simple, aunque para muchos complejo, como es estar bien informado.
Se informaba de todo, de la luz, de la sombra, de la oscuridad, de la vida, de la muerte, del ruido, del silencio.
Leía tanto que se olvidó, como decía aquella vieja canción, de vivir; mucha teoría y nada de práctica, porque la práctica no se enseña en los libros.
Una noche, una voz en sueños, o al menos eso pensó él al despertarse, le dijo que si seguía así iba a ser uno de los más listos del cementerio. ¿Y qué hizo? Aquello había sido una especie de advertencia que en realidad debería de ser considerada como un punto y aparte en su vida.
Tras devorar varios libros sobre el futuro y el destino, un buen día tomó una determinación. Consiguió, a eso le ayudó mucho internet, las listas de todos los que estaban enterrados en el cementerio al que, más que ir, le llevarían cuando llegara lo inevitable. Se informó de cada una de las vidas de los que ya la habían perdido, y tras años de esquemas y comparativas, llegó a la conclusión de que no había nadie tan informado como él.
Ya podía contestar a aquella supuesta voz que una noche, ya lejana, creyó oír mientras dormía. No sería uno de los más listos del cementerio, sino el más listo. Sería el primero en algo. Otra cosa era vivir su propia vida y tomar las decisiones correctas. Pero, para aquello, vivir la vida, ni había un libro de instrucciones, ni tenía la confianza necesaria  con nadie para dejarse aconsejar. Y, por cierto ¿quién hubiera podido hacerlo, aconsejarle, si él siempre había sido el más informado?
Un buen día, muchos años después, cayó en la cuenta de que junto con la lectura había practicado sin darse cuenta, el juego de la soledad, y quizás ya fuera tarde para rectificar, y vivir su propia vida y no la de los demás. Pero también había leído mucho sobre “segundas oportunidades” y la famosa frase española de que  “a la oportunidad la pintan calva”. Y allí estaba él, pensando ante el espejo, bien calvo. 
Él era su propia oportunidad y su libro por escribir.
Tras la ventana de la sala, oyó las voces de unos niños cantando un villancico. Ni se había dado cuenta de que era Navidad. Y por un momento se acordó de aquel libro de Dickens en el que el protagonista  había visto su propio entierro, y no le gustó la perspectiva, aunque ya sabía seguro, que hubiera sido el más listo del cementerio.
Y abrió la puerta de su casa, y como si hubiera alguien enfrente suyo solo dijo ”hola”; hablaba con la vida a la que había ignorado hasta entonces.
Tras él, y siempre mirando al frente, cerró la puerta, como si terminara una gran etapa en su vida, con determinación, con fuerza, como no queriendo arrepentirse; mientras, dentro, se desprendieron de las estanterías unos cuantos libros que ya nunca más ordenaría.

*ILUSTRACIÓN: DE LA RED