Hoy me ha pasado al intentar tomar algo en un bar de un
centro comercial en el que ya había realizado varias gestiones, mientras esperaba al autobús de vuelta, intentando resguardarme de un
chubasco en toda regla.
¿Caballero? – Me dice la joven detrás de la barra con una sonrisa que era pura interrogación. A
lo que intento rellenar el hueco del silencio con un suave y picaresco: Primero
de todo, cada vez que me llaman “caballero” me echo a temblar porque no estoy
acostumbrado, y cada vez que lo oigo, tengo la sensación de que alguien intenta
meter su mano en mi bolsillo, Y segundo: Un café con leche y un pincho de
tortilla.
Ella, muy en su papel continúa preguntando: ¿La leche, entera, semi…
y muy caliente o medio?
Tras contestarle que semidesnatada y muy caliente. Me sigue
preguntando: Y la tortilla… ¿de patata normal, con jamón, con queso, con tomate?
Tras decirle que de patata “normal”, me pregunta: ¿Con
cebolla, con pimientos?
A lo que ya le he contestado con una sonrisa cariñosa: La
próxima vez que entre en un bar, aunque sea bastante temprano (Eran las diez de
la mañana) no olvidaré ir acompañado de mi abogado, porque… nunca se sabe.
Ella en ese momento ha actuado como si volviera tras años
de haber sido abducida y ha cambiado su semblante convirtiéndolo en una sonrisa
encantadora. A lo que he respondido, y seguro que se ha notado, porque en ese
momento se había establecido una comunicación rondando entre la sinceridad y lo
entrañable: Gracias por aparecer por tu ventanilla, te lo agradezco de corazón… Ella sólo ha podido sonreírme, y tras unos segundos ha añadido: Ya perdonarás
pero ahora hay tantas variedades de todo, que esto funciona así.
Y yo le he contestado ahora con un tono deliberadamente cariñoso:
Funciona así, a pesar de todo… Mientras ella movía su cabeza como señal
afirmativa, nos hemos reído los dos.
Fuera seguía haciendo un tiempo de perros, pero dentro
del bar había salido el sol de las buenas intenciones…
*FOTO: DE LA RED