A mí, a este vecino del mundo, la nueva normalidad le
está matando.
No puedes hacer planes ni
a cinco días vista, porque puede que dentro de cinco días ya estemos todos calvos. Es muy
probable que no te dé ni tiempo de llegar al autobús, al avión, o lo que
tuvieras previsto utilizar para desplegar tus alas veraniegas.
Como decía el muy recordado “Chiquito de la calzada”,
filósofo entre los filósofos de a pie: “La cosa está muy malamente”. Cualquier
día comparece Fernando Simón dando pasitos y saltitos, porque lo del “no
puedo, no puedo” ya se le está quedando corto.
En Donosti, el comportamiento de la gente, en apenas veinticuatro
horas, ha dado un cambio radical. Al final sólo respondemos al castigo, y es
que cien euros significa suspender una salida con la cuchipandi o lo que se
esconda tras esas mascarillas, que por mucho de diseño que sean, no dejan de
ser una especie de pasaporte para intentar escabullirte del bicho malo.
Este año, tiene toda la pinta de que va a primar la
distancia corta, los planes pincelados con
dos días vista, porque el resto se puede escapar al intelecto
pospandemia. Hacer un viaje en autobús de doce horas puede ser el equivalente
de lo que antes sería ir de gira por el famoso Triángulo de las Bermudas.
Personalmente, y tras tanto brote y rebrote, ya he
comprobado qué tal ando de previsiones de papel higiénico y sigo preparado para
distancias largas. Lo de comer, bien pensado, me vendrá bien ajustarme el
cinturón, por cuestión de gastos, sí, pero de los de calorías.
Llamadme malpensado, pero tiene toda la pinta que este
año se nos junta la salida de las
vacaciones de verano con el regreso de Navidad. Y es que si algo nos ha enseñado el confinamiento es
que en una casa entran todo tipo de distancias: las cortas y las largas. Solo
nos hace falta un mando a distancia y, especialmente, mucha paciencia para la
convivencia incluida con nosotros mismos.
*FOTO: DE LA RED