“Soledad en los Mares del
Sur”. En algún lugar he oído esa frase, o quizás la he soñado. Algunas veces
vienen frases a la mente como restos de un eco que va muriendo, pistas de un
pasado, o quizás de un futuro, que tienes que utilizar como piezas de un
rompecabezas, y colocarlas en su debido lugar de tu mente.
“Soledad en los Mares del
Sur”, tropical, pero soledad al fin y al cabo. Soledad teñida de azules de un
mar perdido, aunque en este caso parece que el perdido soy yo, no sé si en los
mares al sur de la nada o de un recuerdo que lucha por asomarse en la monotonía
de la realidad. Soledad con sabor a sal, y poco a poco vas apareciendo en el
lienzo de mi mente.
Soledad, eres tú. Hace tanto
tiempo que ya no me acordaba. Fueron solamente siete días, una semana de un
cruce de caminos que no nos juntaba, sino que nació separándonos. Soledad,
era tu nombre, debe de seguir siendo tu nombre. Aquellos ojos de gata, con
siete vidas diferentes, y ninguna para vivirla conmigo, siete pecados capitales
en una capital de una provincia cualquiera. Y ni el lugar, ni el ambiente, ni
siquiera el calor era tropical.
Poco a poco las imágenes se
van enfocando. Una joven de mechas rubias y acaracoladas, un pelo frío para una
piel tan morena como retadora. Dos miradas que no debieron de cruzarse, rompiendo
el silencio de un paisaje prohibido. Un bar nuevo jugando a antiguo, madera cara recreando el continente
de unas vidas siempre ocupadas en el mañana.
Creo recordar, otra pista
del rompecabezas. Te pregunté por una dirección, y tú me dirigiste. Dirigiste
mi vida durante siete días, y no volví a verte. Volví al bistró, diseño francés
para una ciudad castellana, siete veces más, siempre el siete, y no estabas,
nunca estabas. Y juré no volver a buscarte, no volver a recordarte, ni a ti, ni
al bistró “Los Mares del Sur”, tan sugerente como equivocado. Un mensaje mecido
por los mares del olvido para no llegar a ninguna parte, como su historia.
*FOTO: DE LA RED