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lunes, 11 de mayo de 2015

SÍNDROME DE LA MANZANA CARAMELIZADA



Con la cantidad de síndromes que existen, y que nos vamos enterando con cuentagotas, este vecino está convencido que tiene que existir el síndrome de la manzana caramelizada, y que tanto le atañe.

La famosa “manzana caramelizada”, una simple manzana disfrazada de una especie de capa, al más puro estilo “caperucita roja”, y que formaba parte de todas las ferias que visitó, o le obligaron a visitar, cuando era niño. ¡Pues bien! Aclaremos el tema, este vecino es uno de los que nunca ha comido una manzana caramelizada. Primero, porque me decían, cada vez que la pedía, que eso era para más mayores, y luego que era para niños. Y así pasó la famosa manzanita por mi vida, y así pasan muchas cosas por nuestras vidas, poniendo, nosotros, u otros allegados, todo tipo de excusas para no catar o ser catados, iba a decir en “la viña del Señor”, pero en este caso será en “el manzanal del Señor”.

Primero son los padres que te ponen, más que manzanas caramelizadas, zanahorias delante de ti para que hagas  lo que ellos quieren, o que no lo hagas; y luego ya van siendo, a lo largo de tu vida, todos los que te van rodeando. Esa chica que te vuelve loco, y lo sabe, y que quiere que comulgues con ruedas de molino, o con el molino entero,  a cambio de que en un futuro, y como dirían los clásicos, te dé su honra. Ese banco que te promete el oro y el moro si vas ingresando el fruto de tu sudor, el dinero, y no el sudor mismo,  y que luego siempre hay una letra pequeña, que complica que te comas la manzana caramelizada en debidas condiciones.

Siempre en vacaciones en Torrevieja visitamos algún día las ferias, las que están junto al puerto, y siempre se me van los ojos a esa manzana, que he llegado a pensar que siempre es la misma, y que ya, ahora, solo por fastidiar, nunca comeré. Por dos razones: porque no quiero, y porque no me da la gana. Además soy de la opinión de que cada cosa a su tiempo, y ahora me importarían, y de hecho me importan otras cosas más, y no necesariamente “cosas” materiales. Un abrazo, una sonrisa, e incluso un poco de comprensión, se me hacen ahora no necesarias sino imprescindibles.


Quien más quien menos cuando está en casa se pone cómodo, bien sea en zapatillas y pijama, por ejemplo. Pues ya que estás en esta vida, y sin pedirnos opinión, que el tránsito sea lo más cómodo posible para todos. Debería haber un cartel en todos lados que advirtiera “Prohibido cuchillos y dobles intenciones”.


*FOTO: DE LA RED