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martes, 9 de abril de 2013

LA TRASTIENDA DE UNA VIDA

Para todos aquellos que me siguen desde hace un tiempo, y que afortunadamente cada día son más, creo que el perfil que puedo dar, es el de una persona con la ironía afilada pero bastante sosegado en el comportamiento, que duda de todo, comenzando por sí mismo, y que no intenta imponer ninguna idea, sino mostrar las suyas, y oír las de los demás.
Llevo unas semanas que, con intención de promocionar mi blog, intervengo en varios medios digitales dando mi opinión sobre la actualidad, y dejando al final del comentario la dirección de mi blog.
Ayer en una de mis intervenciones me ocurrió algo lamentable. Uno de los lectores empezó, no una batalla dialéctica, sino una guerra basada en descalificaciones. En su primera intervención, y al decir que era poco menos que basura mi aportación, le contesté que mirara en el diccionario la palabra “ironía” y que a lo mejor aprendía algo. Eso ya fue el comienzo del fin, y para no darle más carnaza, decidí que a partir de ese momento, dijera lo que dijera el supuesto ofendido, no iba a intervenir más. La verdad es que a consecuencia de eso, más de treinta personas me han mostrado su apoyo.
Este vecino del mundo, cuando comenzó esta aventura, sabía que iba a haber gente que discrepara con mi opinión, y eso es bueno, siempre que se lleve con educación y guardando las formas. Sin embargo, lo de ayer fue un desmelene total, y la búsqueda del cuerpo a cuerpo, y uno ya solo está para ciertas relaciones sexuales más bien esporádicas.
Como no hay mal que por bien no venga, este suceso me ha alumbrado ciertas escenas de mi niñez y que las tenía en la oscuridad del olvido.
Cada cierto tiempo salen a la luz ejemplos de bullying, de acoso escolar, y muchos pensarán que eso es algo consecuencia de los tiempos que corren, sin embargo en mi niñez ya existía, y a ese comportamiento le llamábamos “matonear”.
Ni que decir tiene que el autor del matoneo no era el más inteligente, pero sí uno de los más grandes y fuertes. Este vecino, y algún otro compañero, lo tuvimos que soportar durante varios años. En realidad en nuestro caso más que afectar a nuestra mente, no era exactamente un maltrato psicológico sino epitelial, con más cardenales que en un cónclave del Vaticano, ahora que otra vez está de moda, afectaba a nuestros brazos. Siempre se sentaba en un pupitre estratégicamente colocado, y cuando se aburría, brindaba algún que otro puñetazo a nuestros brazos principalmente.
Este tipo de episodios se suelen resumir con esa célebre frase de que lo que no mata hace más fuerte, pero también te puede dejar una mella para toda la vida, o el comienzo de una caída en picado.
Recuerdo que para darme ánimos pensaba que al hacerme mayor todo iría cambiando. Por entonces ignoraba la existencia de Hacienda y su larga sombra.
De todas maneras, y como soy de la filosofía de que todo sirve para algo, lo de ayer me ha servido para hacer un poco de limpieza en la trastienda de mi vida, y de recordar que hay que dejar en el basurero ciertos recuerdos por haber más que caducado.

*FOTO: DE LA RED