Para todos aquellos
que me siguen desde hace un tiempo, y que afortunadamente cada día
son más, creo que el perfil que puedo dar, es el de una persona con la
ironía afilada pero bastante sosegado en el comportamiento, que duda
de todo, comenzando por sí mismo, y que no intenta imponer ninguna
idea, sino mostrar las suyas, y oír las de los demás.
Llevo unas semanas
que, con intención de promocionar mi blog, intervengo en varios
medios digitales dando mi opinión sobre la actualidad, y dejando al
final del comentario la dirección de mi blog.
Ayer en una de mis
intervenciones me ocurrió algo lamentable. Uno de los lectores
empezó, no una batalla dialéctica, sino una guerra basada en
descalificaciones. En su primera intervención, y al decir que era
poco menos que basura mi aportación, le contesté que mirara en el
diccionario la palabra “ironía” y que a lo mejor aprendía algo.
Eso ya fue el comienzo del fin, y para no darle más carnaza, decidí
que a partir de ese momento, dijera lo que dijera el supuesto
ofendido, no iba a intervenir más. La verdad es que a consecuencia
de eso, más de treinta personas me han mostrado su apoyo.
Este vecino del mundo,
cuando comenzó esta aventura, sabía que iba a haber gente que
discrepara con mi opinión, y eso es bueno, siempre que se lleve con
educación y guardando las formas. Sin embargo, lo de ayer fue un
desmelene total, y la búsqueda del cuerpo a cuerpo, y uno ya solo
está para ciertas relaciones sexuales más bien esporádicas.
Como no hay mal que
por bien no venga, este suceso me ha alumbrado ciertas escenas de mi
niñez y que las tenía en la oscuridad del olvido.
Cada cierto tiempo
salen a la luz ejemplos de bullying, de acoso escolar, y muchos
pensarán que eso es algo consecuencia de los tiempos que corren, sin
embargo en mi niñez ya existía, y a ese comportamiento le
llamábamos “matonear”.
Ni que decir tiene que
el autor del matoneo no era el más inteligente, pero sí uno de los
más grandes y fuertes. Este vecino, y algún otro compañero, lo
tuvimos que soportar durante varios años. En realidad en nuestro
caso más que afectar a nuestra mente, no era exactamente un maltrato
psicológico sino epitelial, con más cardenales que en un cónclave
del Vaticano, ahora que otra vez está de moda, afectaba a nuestros
brazos. Siempre se sentaba en un pupitre estratégicamente colocado,
y cuando se aburría, brindaba algún que otro puñetazo a nuestros
brazos principalmente.
Este tipo de episodios
se suelen resumir con esa célebre frase de que lo que no mata hace
más fuerte, pero también te puede dejar una mella para toda la
vida, o el comienzo de una caída en picado.
Recuerdo que para darme ánimos pensaba que al hacerme mayor todo iría cambiando. Por entonces ignoraba la existencia de Hacienda y su larga sombra.
De todas maneras, y
como soy de la filosofía de que todo sirve para algo, lo de ayer me
ha servido para hacer un poco de limpieza en la trastienda de mi
vida, y de recordar que hay que dejar en el basurero ciertos
recuerdos por haber más que caducado.
*FOTO: DE LA RED