Esta
mañana sobre las once camino despistado por la calle, mi manera
natural de ser. De pronto tengo la sensación de que la acera se
mueve y todo el mundo mira frente a mi. Una morena, más de uno
ochenta de mujer, mujer, pasa a mi lado sin mirar a nadie, sabiendo
que todos la miran. Tiene de todo, bien colocado pero para donar, y
no me refiero a kilos de gordura. Da la sensación de que o todo le
queda corto, o que se asoma por encima de su cazadora de cuero. Aunque todavía está a unos dos metros de mí, le puedo ver hasta los poros de la piel. En
cualquier momento parece que la ropa le puede estallar, y seguro que
tenemos un problema. Hay algo que me parece raro, pero no se decir el
qué. Después, la oscuridad. Es como si un sistema de autodefensa
haya actuado y me ha abstraído de la realidad durante un buen rato.
Habrá
pasado más o menos un cuarto de hora cuando he vuelto otra vez en
mí.
Ahora
estoy al lado de una perfumería. Es una cadena importante. Una
dependienta se dirige a su encargada y le dice: -¿Ya has visto cómo
he ordenado todo?
-Sí,
muy bien. Ya me he fijado – le contesta la jefa – Ahora has
puesto aquí los productos obsoletos. Está muy bien así.
-Me
alegro que te parezca buena idea. Por cierto, últimamente estoy
vendiendo mucho eso. Nunca me había ocurrido. Todo el mundo viene
preguntando por estos productos.
No
he alcanzado a oír la respuesta de la encargada, ni me interesa.
Está
claro que la gente se está buscando la vida como puede, y dándole
al cerebro para intentar seguir con su manera de vivir anterior, pero
intentando ahorrar al máximo, o al menos no derrochar.
De
pronto, y sin venir en teoría a cuento, me he acordado de la morena
donante de todo. Al verla por primera vez había algo que me había
parecido diferente.
Ahora
tengo una duda, y es que creo que ella por un motivo u otro, o no ha
vuelto a casa por mucho tiempo, o no tiene más ropa, y ha crecido
dentro de lo que lleva puesto.
En
estos días inciertos, todo es posible menos la normalidad.
*FOTO: DE LA RED