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miércoles, 23 de noviembre de 2016

RITA Y SOLEDAD



Hace apenas un cuarto de hora ha saltado la noticia: Ha fallecido Doña Rita Barberá, víctima de un infarto en el hotel en el que se hospedaba en Madrid.


Este vecino del mundo quiere recordar antes de nada, que si siempre habla sin medias tintas sobre cualquier tema, eso sí, guardando las formas, hoy no va a ser menos, y además lo va a hacer prácticamente en el momento que se ha conocido el hecho, para no ser condicionado por otras opiniones, ni, por ello, desviarse del tema.


El fallecimiento de una persona nunca debería de condicionar la opinión que tuvieras de ella, ni para bien ni para mal, quizás sí las formas, pero a partir de ahora mismo comprobaremos que, especialmente en las redes sociales, muchos cargarán las tintas. Lo que la Señora Barberá ha sido, es eso, símbolo de, en una época, de todo lo bueno para unos, y en otra, de todo lo malo para la mayoría.


No es mi intención hacer recapitulación de su carrera política porque eso lo encontraréis, me imagino, en la mayoría de los artículos. Solo quiero plasmar mis primeros sentimientos y opiniones tras la noticia. Y lo primero que me ha venido a la mente es las últimas imágenes públicas que este vecino del mundo vio por televisión de ella, y que si vistas en el mismo momento que ocurrieron, ya eran elocuentes, esa soledad que entierra, ahora lo son más como epílogo.


La imagen es la de una Rita Barberá, prisionera de su soledad, como lo ha estado desde hace un tiempo, el día de la apertura solemne de las Cortes, buscando sino el cariño, sí al menos unos instantes de tregua con sus hasta hace muy poco compañeros, y al ver a José Manuel García-Margallo, le decía una de esas frases, que después de lo que ha pasado, sin duda quedarán para el recuerdo de muchos, por lo simples pero al mismo tiempo elocuentes: "Margui, que no me has saludado", y  el exministro de Asuntos Exteriores, se supone, porque eso sólo lo sabrá él,  no tuvo más remedio que besar a la senadora, eso sí con una amplia sonrisa, y se alejó rápidamente.


Sólo pediría, como lo haría por cualquiera, que los que fueron valientes en su momento, o insolentes, según opiniones, y ya hablaron todo lo que tenían que hablar, no se ceben porque ya no se puede defender. Y a esos justicieros a posteriori, que ya es evidente, porque ella ya no está, solo lo hacen para la galería, intentaran no cargar las tintas porque quizás con lo que digan solo ya se estén definiendo a ellos mismos.


Desde aquí le hemos dado mucha caña a Doña Rita, aquellos que sigan a este vecino con asiduidad lo recordarán, pero ya no es el momento.


Visto desde ahora, solo me viene la frase del poeta Gustavo Adolfo Becquer:


Dios mío, qué solos se quedan los muertos…


*FOTO: DE LA RED