Este año me da la intuición, por no decir el pálpito, que
suena pelín trasnochado y cursi (además que ya los que antes éramos clase media
y que ahora no tenemos ni clase ni nada, ya nacemos sin ello), que lo de ir de
vacaciones de verano va a ser como el desenlace de una película de Hitchcock,
que hasta el último segundo no se sabrá si vamos o no.
Y es que tal como está el patio de brotes del coronavirus, subiendo más que
un termómetro en un baño turco, no puedes saber, con varias semanas de
antelación, si sólo tienes que llevar ropa de verano, o de invierno también,
por aquello de que te puedan forzar a estar confinado y ver a la Pedroche comiendo las uvas en la Puerta del Sol, y tu con cara de sueco,
o haciéndote el mismo, con pantalones cortos y chancletas, mientras desde el
cielo caen todo tipo de plagas.
Por cierto, hoy es la víspera de San Fermín, pero en esta
nueva realidad, al que se arremoline en la Plaza del Ayuntamiento en Pamplona, en
las horas previas al chupinazo, habiendo tenido que pasar todo tipo de control
policial, no se sabe si le van a llamar despistado, irresponsable que sería lo
propio, o Houdini por ser el rey del escapismo.
Lo mismo que antes del coronavirus, y visto con los ojos del
ahora, se puede decir que éramos felices aunque fuera de marca blanca, y no lo
sabíamos, ahora estamos viviendo una especie de apocalipsis pero sin efectos
especiales, en lo que lo primero que ha
sufrido ha sido precisamente nuestros afectos especiales. Los más allegados han
sido separados a golpe de alarma, y nos hemos ido anestesiando con internet y
plataformas televisivas.
Sin embargo, sales a la calle a darte un paseo, que es de
lo poco que todavía es gratis, y además no viene envasado en plástico, por lo
que es totalmente ecológico, y no notas a la gente en las terrazas repletas, o
haciendo un chiste, de “b(r)ote en b(r)ote”, ni crispada, ni mucho menos con la mascarilla
puesta.
Si fuéramos el mar, estaríamos en calma chicha total, momentos
antes de la tormenta perfecta...
*FOTO: DE LA RED