Estos días pasados se ha estado hablando en Donosti, de la importancia de los bocadillos en la dieta de los niños, y en algunos niveles se añora esa costumbre tan arraigada antes, y tan extraña por lo que parece ahora, por eso se ha pensado en promocionarla, dando a los niños, a la salida del colegio, bocadillos patrocinados por un supermercado provincial.
Se está detectando un alto porcentaje de obesidad infantil debido a la alimentación deficitaria y a la gran presencia de galletas y pastelitos de elaboración industrial.
Esta noticia me ha hecho acordarme de aquellos bocatas de fabricación artesanal, porque todos los días me los preparaba mi madre, tanto por la mañana como por la tarde.
Estábamos a mediados de los sesenta, y al salir al recreo con la bolsita de tela, fabricada también por mi madre, en cuestión de cinco minutos ya habían desaparecido tanto la bolsita, en el bolsillo, como el bocata, al que no se le daba tiempo de almacenarse en el estomago, por los partidos de fútbol que jugábamos en el patio de tierra roja, prácticamente lo único rojo permitido de aquella época.
Con ojos de ahora, el tiempo del bocadillo era un rito que también formaba parte de la educación, tiempo para el cerebro y tiempo para el estomago.
Pensandolo ahora, se hubiera podido escribir una especie de tesis sobre los tipos de bocadillo que llevaba en las diferentes épocas, y estableciendo cómo estaba la economía familiar en cada una de las etapas. Los más antiguos que recuerdo eran los bocadillos de aceite con sabor a ajo, detrás vinieron los de salchichón, que dicho sea de paso, me encantaban, y los bocadillos de chocolate...
Los bocadillos de los que me acordaré siempre eran unos que solo los he visto fabricados por mi madre. Eran con una base de nata, de la leche que previamente había traído la lechera, armada de cantina y burro, a la puerta de mi casa, y pedacitos de chocolate. El bocadillo estaba de chuparse los dedos, pero literalment además, ¡pura delicatessen!
Los primeros bocadillos que he comentado, los de aceite y ajo, eran bocadillos promesas, porque por el olor parecía que te ibas a comer el oro y el moro, y al final...solo era aceite. En una época de ilusiones y decepciones, este bocadillo podía ser una auténtica metáfora del tema, e ilustración en blanco y negro de lo que quedaba del Plan Marshall.
*FOTO: DE LA RED
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